Tribuna

El armisticio ucraniano

Las posiciones que representan los bandos de los presidentes Zelensky y Putin son tan maximalistas que no es posible encontrar un punto intermedio

El armisticio ucraniano
El armisticio ucranianoRaúl

Hace ya cierto tiempo, el 7 de noviembre del año pasado, exprese en estas páginas la idea de que la solución para la guerra de Ucrania tendría que basarse en un compromiso. Que no hay hechos -ni sueños- en esta martirizada nación que puedan ser absolutos; que para finalizarla habrá que aceptar dolorosas cesiones por los dos bandos. Parece que ha transcurrido una eternidad desde que ventilé estos resignados pensamientos, pero ni la bravura del ejército ucraniano, ni la indignación por el daño infringido por el despiadado Putin han hecho variar mi opinión. Presente esta premisa, exploremos cual podría ser el fin de la tragedia ucraniana.

Las posiciones que representan los bandos de los presidentes Zelensky y Putin son tan maximalistas que no es posible encontrar un punto intermedio. El primero exige la vuelta a las fronteras no de febrero del 2022, sino a las anteriores a la usurpación de Crimea en 2014 y el incitado levantamiento de parte del Donbás del mismo año. Putin no se satisfará con menos de las cuatro provincias parcialmente ocupadas –más Crimea– recogidas en las enmiendas a la Constitución rusa y tampoco parece dispuesto a ofrecer garantías creíbles de respetar la soberanía ucraniana sobre el mutilado remanente. Las respectivas opiniones públicas, exaltadas por el sufrimiento ucraniano y por el nacionalismo pseudohistórico la rusa, respaldan mayoritariamente las posturas máximas de sus líderes. Por todo ello, pienso que mientras no flaquee el apoyo occidental –armas y fondos– a Ucrania o la economía rusa resista las sanciones, no finalizará la guerra con un tratado formal de paz; y ciertamente, ambos acontecimientos no parecen previsibles en un horizonte razonable. Habrá que conformarse con un acuerdo de alto el fuego que suspenda el grueso de las acciones militares, pero sin que los bandos contendientes tengan que hacer concesiones formales sobre sus aspiraciones territoriales. Esto nos lleva a repasar vertiginosamente la situación de las guerras árabe-israelitas y, sobre todo, el armisticio entre las dos Coreas como inspiración para llegar a imaginar cómo pueden llegar a ser los acuerdos entre enemigos «eternos». Y ya les adelanto que el punto clave de un alto el fuego duradero son las garantías que las potencias que respaldan a los bandos en conflicto puedan ofrecerles.

El armisticio coreano se firmó en el verano de 1953 tras tres años de enconados combates que comenzaron con la invasión de Corea del Sur por las fuerzas del Norte del líder Kim Il Sung seguidas por oleadas de tropas chinas de Mao unos pocos meses después. Mientras tenían lugar las negociaciones –que duraron unos dos años– se siguió combatiendo duramente. Los términos del armisticio tuvieron que ser impuestos al líder surcoreano Rhee, que intentó sabotearlos en diferentes ocasiones. Se firmaron en julio de 1953, tres meses después de la muerte de Stalin. Los caídos en la guerra fueron unos 37.000 norteamericanos, un millón de chinos y unos espantosos cuatro millones de coreanos. La destrucción de infraestructuras, escalofriante. El armisticio ha resistido unos 70 años pese a incidentes armados esporádicos y amenazas de diversa gravedad.

Los acuerdos de Camp David de 1978 representaron algo más que un alto el fuego, pero menos que un tratado de paz para Oriente Medio, entre otras cosas, porque solo lo firmo por el bando árabe un país: Egipto. Pero pusieron fin a una serie de guerras –cuatro– entre Israel y las naciones árabes que habían empezado en 1948 con la independencia del Estado judío. Reivindicaciones territoriales pero sobre todo la cuestión palestina fueron la causa última de estos enfrentamientos. Desde que se firmó Camp David no ha habido más guerras clásicas aunque sí un conflicto de baja intensidad permanente –con brotes esporádicos– con las organizaciones armadas palestinas que cada día están más aisladas de los gobiernos árabes aunque cuentan con un apoyo iraní indirecto. Sin la decidida intermediación del presidente norteamericano Carter –que inició los contactos preliminares en 1976– no se habría podido firmar dos años después estos acuerdos. Numerosas bajas y los asesinatos de Sadat y Rabin –este último tras los acuerdos de Oslo– fue el precio que hubo que pagar para que el conflicto de Israel con sus vecinos se haya mantenido en niveles tolerables.

Las garantías norteamericanas a Corea del Sur –que lleva desplegando miles de tropas allí desde 1953– y el apoyo armamentístico sin límites que viene prestando EEUU a Israel –junto a la posesión de armas nucleares por este último– han hecho duraderos estos armisticios. Posiblemente un acuerdo de alto el fuego en Ucrania requiera un estacionamiento semipermanente de tropas norteamericanas al norte y poniente de la presente línea del frente –poco susceptible de sufrir decisivas alteraciones– aceptando así mismo la presencia de efectivos rusos al este y sur de la misma, incluida Crimea.

La Historia ha venido demostrando repetidas veces que en enfrentamientos como el que asola a Ucrania es preferible buscar una solución imperfecta para detener la carnicería que perseguir formalmente una paz permanente.

Ángel Tafalla.Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).