Letras líquidas

En busca del tiempo perdido

De pactos de Estado ni rastro. Y la modernización de España sigue esperando el gran impulso que la proyecte al futuro

No crean, por el título de este artículo, que Proust ha tenido algo que ver con la noche electoral. A no ser que alguien se haya pasado con una cena evocadora a base de magdalenas, la conexión resulta harto improbable. Lo que refleja la referencia literaria es, más bien, una cierta añoranza de ocasiones, coyunturas u oportunidades que se dejaron pasar y no fueron convenientemente aprovechadas. Y eso sí guarda una estrecha relación con el 23J. Para ser precisos, con su antes y su después. Tradicionalmente, las citas electorales marcan una especie de punto de inflexión social: abren y cierran ciclos. Ya lo hizo la del 82, con su abrumadora mayoría de cambio, o la del 96, tras el agotamiento socialista. También las de 2004, 2011 y 2019 ejercieron de límite entre periodos políticos y recogieron, a la vez, movimientos sociológicos de mayor o menor intensidad.

Y la convocatoria de 2023, la de ayer mismo, puede sumarse a la lista y cerrar una etapa convulsa, revuelta y fragmentada. Recapitulemos. El siglo XXI no ha tenido un arranque fácil en ningún país de nuestro entorno: una buena dosis de realidad y una suma de retos complejos de abordar que comenzó con la Gran Recesión sacudieron la placidez del final del XX. A modo de eco del crac del 29, como manda el guion cíclico de la historia, a una profunda crisis económica le siguieron las convulsiones políticas y sociales de rigor. En España el furor colectivo del 15M, cristalizó en noche electoral, la de las europeas del 25 de mayo de 2014 cuando el partido de Pablo Iglesias (¿se acuerdan de aquellas papeletas con su cara?) entró en las instituciones comunitarias y puso las bases para empezar a cambiar, discretamente, la fisonomía de nuestros parlamentos. Y así comenzó un periodo, casi década ya, de frenos y ralentizaciones por la falta de consensos, los vetos, los bloqueos y la dificultad para concretar intenciones en proyectos. Como si un interés por los blancos y los negros, el todo y la nada hubiera tomado la gestión pública.

Mientras se apelaba a la regeneración, lo cierto es que las legislaciones, y con ellas los avances, han ido detrás de los acontecimientos (un amago de independencia, una pandemia y la necesidad de configurar mayorías artificiales) más que marcando el ritmo de una agenda reformista con objetivos determinados: de las intenciones de mejora y avance poco ha quedado. De pactos de Estado ni rastro. Y la modernización de España sigue esperando el gran impulso que la proyecte al futuro. Los españoles ya han votado, pero aún debemos esperar para saber si hay alguna posibilidad de que el 23J abra una nueva época que recupere el tiempo perdido o si seguimos atrapados en un laberinto fragmentado y anticonsenso.