El canto del cuco

La clave es el «sanchismo»

A la hora de la verdad la clave de estas elecciones es el «sanchismo». El debate de fondo gira en torno a la figura de Pedro Sánchez y sus circunstancias

Algunos se hacen cruces de que la gente se niegue a votar a Pedro Sánchez que, según ellos, tanto ha contribuido, en circunstancias difíciles, al progreso de los españoles. Como si fueran las tablas de la ley, recitan, según el orden establecido en los recordatorios oficiales, los avances sociales alcanzados bajo su mandato: reforma laboral, salario mínimo, ERTE, eutanasia (¿?), etcétera. Enfrente, otros manifiestan su rechazo al candidato socialista precisamente por leyes como la del «sí es sí», la de «memoria democrática», el abuso de los decretos-leyes o la reforma del Código Penal en favor de los independentistas catalanes. Los primeros justifican además su apoyo por miedo a que Vox, que tachan de ultraderecha, acabe en el Gobierno de Feijóo. Por el contrario, en la otra acera, los enemigos del «sanchismo» quieren evitar que se repita el «modelo Frankenstein», con el Gobierno de España en manos de la extrema izquierda y los independentistas como ahora. Esas son las posiciones, que parecen irreconciliables.

Pero no es sólo eso. A la hora de la verdad la clave de estas elecciones es el «sanchismo». El debate de fondo gira en torno a la figura de Pedro Sánchez y sus circunstancias. Estamos ante un político hábil, acreditado sofista y poco fiable. Un político errático, narcisista, listo y con desaforado afán de poder. Su palabra tiene poco valor. Llama cambios de opinión –y los ha habido estruendosos– a lo que la gente considera engaños. Eso le desacredita. La calle no lo quiere y él huye de la calle. Hasta ha perdido en esta campaña interés por los grandes mítines. Su lejanía altanera lo convierte en el presidente del Gobierno más impopular de toda la era democrática. Su talante personal, su desprecio al adversario político y sus malas compañías –la extrema izquierda, ERC y Bildu–, suponen su gran lastre de cara a las elecciones del día 23. Pedro Sánchez tiene más detractores, incluso dentro de su propio partido, que admiradores. Militantes históricos no le perdonan su política de pactos ni que tenga sometido al PSOE a su servicio, sin apenas debate interno, algo que no ocurría desde Suresnes. Ahora callan; después de las urnas, ya veremos.

Su acertada decisión, en esta campaña, de acudir a los medios de comunicación es un intento interesado y desesperado de hacer más atractiva su imagen. Pero llega tarde y no resulta convincente. Es como si estuviera huyendo de sí mismo, algo tan perturbador como perseguir uno su propia sombra. Ha bastado el esperado enfrentamiento con el candidato popular para que vuelva a aflorar su personalidad oscura y verdadera.