Quisicosas

Coherencia ciudadana

Hay escaños suficientes para que derecha e izquierda moderadas resuelvan este infierno sin ayuda de delincuentes como Puigdemont y Otegui

«A usted se le fugó Puigdemont y yo me comprometo, hoy y aquí, a traerlo de vuelta a España y que rinda cuentas ante la justicia española». Era 2019 y Pedro Sánchez frente a Pablo Casado, en el Parlamento. Hace un mes, la ministra de Hacienda, en Galicia, acusó a la oposición de mentir por «inventarse» que el Gobierno fuese a hacer concesiones económicas a la Generalitat. Y hace una semana, la ministra de Transportes proclamó que el traspaso de trenes de cercanías no era posible, porque afectaba al tráfico nacional e internacional. ¿Cómo no va salir la gente a la calle?

Llama mi amiga Mercedes y me cuenta que acude a Ferraz. Hacemos balance. Es verdad que alguna de las manifestaciones no ha sido autorizada por la Delegación de Gobierno, pero también lo es que el derecho de reunión en la vía pública está reconocido entre los fundamentales. Rodear sedes de partidos no es de recibo, pero el PSOE gobierna una nación angustiada. Mercedes es guapa y joven, tiene un trabajo complejo y curra como nadie. No es una «cayetana». Tan sólo es incapaz de asimilar que Puigdemont fuera malo entonces y ahora, bueno. Que se niegue y afirme sucesivamente una misma cosa. O viceversa. Salir a la calle es el desenlace de una paradoja: existe un malestar social enorme que no se traslada a la esfera pública. Mercedes protesta para contar lo que ocurre. Para construir. Para poder decir, el día de mañana, que aportó algo cuando, tras perseguir colectivamente a los delincuentes, de repente se pactó con ellos, como si las villanías careciesen de consecuencias.

«En la calle –cuenta Mercedes– había gente con pendiente y sin él, jóvenes y viejos, mujeres y hombres». No sabían muy bien qué hacer ni qué gritar –como cuenta Chapu Apaolaza, a la derecha las manifestaciones no les pegan– sin embargo, allí estaban, experimentando cierto alivio. Luego –dicen– hubo ultras con palos. Después –cuentan– la Policía recibió orden de usar un gas inadecuado y nocivo. Las señoras de abrigo beige y los viejos de teba y los jóvenes del pendiente y las chicas normales que trabajan, se fueron a los bares. En la puerta de la Iglesia de Quintana un señor se detuvo y la Policía le ordenó circular. Él respondió que se limitaba a estar en el espacio público, los agentes lo empujaron por resistirse a la autoridad y una testigo empezó a gritar: «¡Un anciano, se meten con los ancianos!». No era tan anciano, era de mi mediana edad, un respeto. Luego todo se calmó y los bares se llenaron, a la española.

Hay escaños suficientes para que derecha e izquierda moderadas resuelvan este infierno sin ayuda de delincuentes como Puigdemont y Otegui. Lo que no hay es dirigentes políticos a la altura.