Pedro Narváez

Aguirre cazafantasmas

Bienvenidas sean todas las medidas para que la corrupción deje de impregnar España del podrido Chanel número cinco y que el sucio vaho del cristal público y privado –el de nuestras casas también, que no está de más mirarse el ombligo, tamaña indignación no se corresponde con tanto dinero negro– se disperse como manifestantes frente a los antidisturbios. Pero este afán de limpieza no puede dar la sensación de que somos las amas o los amos de casa obsesionados por el polvo que se posa en la televisión más que por las bolas de pelusas que se atrincheran debajo de la cama como las que atraviesan las calles de un poblado de western camino del «saloon». Para pasar los exámenes de Esperanza Aguirre sólo hace falta mentir, esa cualidad tan humana en tantas entrevistas de trabajo, lo que no asegura que ese candidato virgen oculte su lujuria. Esta idea de llevar la prueba del polígrafo a la política funcionaría en un «late night» televisivo, pero como ciudadano no me sentiría más tranquilo porque el alcaldable responda que no tiene cuentas en Suiza, ya que como la ciencia empírica demuestra, todos los que la han tenido lo han negado hasta las lágrimas de cocodrilo. La hemeroteca coloca luego a los corruptos en el ataúd que se han ido construyendo con engaños grabados, que es encargar sin saberlo un funeral en plena fiesta. Imagino a los aspirantes repasando el temario la noche anterior y con la chuleta en la palma de la mano o, quién sabe, recurriendo al rincón del vago, de donde los malos estudiantes sacan sobresalientes en cara dura. El tiempo dirá si el método Aguirre funciona. Más que cazatalentos se necesitan cazafantasmas.