César Vidal

Aquí sabemos todos

Señalaba yo en mi último artículo la propensión nada controlada de una no escasa proporción de la población hispana a tener menos respeto por la propiedad ajena que ropa uno que se está bañando. Ya es de por sí una desgracia semejante circunstancia, pero cuando se suma a otras el resultado es trágico. Una de ellas es ese conocimiento omnicomprensivo y universal del que dan muestras tantos de mis compatriotas. La capacidad de los españoles – sólo he visto cosa semejante en las naciones hermanas de Hispanoamérica– para solucionar los problemas más complejos en dos patadas no ha dejado nunca de sorprenderme. ¿Que hay crisis económica? Pues se retiran los billetes de quinientos euros de la circulación. ¿Que hay corrupción? Pues se soluciona fusilando a los políticos o con otro Franco. ¿Que aumenta el paro? Pues se obligaba a la gente a contratar empleados. Todas y cada una de estas soluciones constituyen disparates colosales, pero se afirman con la misma convicción que los principios contenidos en el Credo de los apóstoles. Los frutos están a la vista. Un bachiller que ni siquiera logró superar el primero de carrera puede llegar a presidente de una importante comunidad autónoma. Un chico de los cafés que no aprobó segundo de derecho se convierte en ministro de Fomento. Una muchacha que tampoco consiguió cruzar el ecuador de una carrera universitaria se transforma en la número dos de su partido. Un ceporro académico convertido en diputado canta las glorias del cinco raspado. Un técnico de sonido asciende a director de una radio. Una auxiliar de juzgado que entró en la judicatura por uno de esos turnos de cuyo nombre no quiero acordarme acaba en el Consejo General del Poder Judicial sin haber dictado una sentencia en su vida. Un carnicero es nombrado director de una caja de ahorros. Y así podríamos seguir sumando los ejemplos de notables zurullos – unos más conocidos que otros, todo hay que decirlo– que, apoyados en el principio de que «aquí sabemos todos» han llegado a desempeñar cargos para los que no estaban en absoluto capacitados y desde los que sembraron, siembran y sembrarán la desgracia sobre sus conciudadanos. ¿Partiendo de esos datos puede sorprendernos la crisis del sistema financiero, el agujero del déficit, el colapso del sistema educativo o incluso la penuria sufrida por algunos medios de comunicación? No. Pero no se preocupen los lectores. Seguro que enseguida damos con la solución mágica a nuestras cuitas y más en este país porque «aquí sabemos todos».