Julián Cabrera

Aspirante en «funciones»

La Razón
La RazónLa Razón

Que Pedro Sánchez se fuera a Barcelona para entrevistarse en el Palau de la Generalitat con Puigdemont viene a confirmar, entre otras muchas cosas, que el secretario general socialista no va a parar ni un solo minuto y durante el tiempo que le dejen, en su afán por aprovechar cualquier resquicio que le permita continuar en el centro de los focos durante las semanas que resten hasta una eventual repetición de elecciones. Sánchez tiene que maniobrar en clave de partido a nivel externo precisamente para acallar cualquier atisbo de contestación a su liderazgo en clave interna; tal vez por eso ahora más que nunca se ponga especialmente de manifiesto que, llegados algunos casos de necesidad, en el PSOE no se dude en hacer lo contrario de lo que se dice o incluso de lo que se firma.

Que el líder socialista se entreviste con el president de la Generalitat siempre ha sido, con independencia de que estuviera o no al frente del gobierno de la nación, un ejercicio de absoluta normalidad, pero dar la espalda a las actuales circunstancias y hacerlo en este momento y contexto, cuando menos invita a hacérselo mirar. Puigdemont llegaba al gobierno de Cataluña –sin haber sido candidato– tras un cambalache político digno de una obra de Ionesco y con la bien acogida encomienda de llevar a cabo el proceso de desconexión de España en el plazo de año y medio.

No es gratuito ni casual que el jefe del Estado no se haya reunido aún con el nuevo primer responsable de la Generalitat, tampoco lo ha hecho el presidente del Gobierno ni siquiera en las semanas en las que todavía no estaba en funciones, aunque ello no impida que se lleven a cabo lógicos contactos como los del responsable de la economía autonómica Oriol Junqueras –quién le iba a decir que se vería «tirando de la chaqueta» al estado «opresor»– y los ministros De Guindos y Montoro. Otra cosa es lo de la reunión de ayer sobre la que hay tres actores del tablero especialmente interesados:

Uno, el propio Gobierno en funciones teniendo en cuenta que tan solo hace unos meses Rajoy y Sánchez se hacían en Moncloa la foto de la unidad frente al desafío independentista. Resulta curioso que la única llamada de Puigdemont a La Moncloa no fuera la del auténtico, sino de un dudosamente humorístico programa de radio cuya grabación por cierto lo que vino a evidenciar fue la disposición de Rajoy –este sí era el auténtico– a establecer vínculos de diálogo y escuchar al president. Otro es Ciudadanos, con quien se firmó claramente y en negro sobre blanco un documento de oferta para gobernar que aún se agita y que recoge sin dobleces el rechazo a un referéndum sobre el mal llamado derecho a decidir. Y en último término, el propio partido de un Sánchez que se ve con un pie sobre la tabla del PSC y sus inclinaciones consultivas y el otro sobre la de los «barones», Susana Díaz a la cabeza, atentos a cualquier desliz del funambulista.