Julián Redondo

Cartas marcadas

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Si es cierto, y esa es la sospecha, que Diego Costa sufre una rotura fibrilar en el famoso bíceps femoral, su concurso en la final de la Liga de Campeones es imposible. Si no está roto, podría jugar y romperse, en cuyo caso peligraría su convocatoria para el Mundial, un sinsentido después de la marimorena que se armó para convertirle al españolismo. Pero Simeone no lo descarta. Juega al despiste, como Ancelotti desde que a Cristiano Ronaldo el rotuliano y ese bíceps femoral, que descubrieron al mundo los jugadores del Barça, le tienen a raya y en permanente conflicto con los galenos del Madrid, que cuando le dicen so, responde arre. Los entrenadores han marcado las cartas y empiezan el partido con antelación. A ver quién gana.

Al este, la pregunta es a ver quién rescata al Barça. No me cabe duda alguna de que Josep Maria Bartomeu es buena gente, en lenguaje coloquial; como Tony Freixa, ex portavoz azulgrana, a quien he visto aplaudir de pie y con la debida educación el himno –español, por supuesto– en el palco del Bernabéu. Y aunque la bonhomía no está reñida con la gestión ejemplar de una empresa, tampoco es necesario que se complementen. No es un rasgo común en los negocios que quien toma las decisiones sea un cabroncete, pero los hay. Como hubo un Vicente Ferrer que valiéndose de la bondad, y de una severa rectitud, rescató de la miseria a miles de indios. Ahora, tras un año que ha sido de todo menos de transición, Bartomeu, mano derecha de Rosell y cómplice de sus pecados –firma el laberíntico contrato de Neymar –, se siente capacitado para sanar al equipo que entre todos ellos enfermaron. Guardiola advirtió los abscesos y prescribió el tratamiento. Ni caso. Los «Bartomeu boys» saben por dónde cortar, dicen. Que Zubizarreta los acompañe.