Muere Fidel Castro

Ceniza sobre ceniza

La Razón
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Del dictador Fidel Castro sólo quedan ya las cenizas, guardadas bajo las siete llaves del régimen. Hasta el último estertor engañan a los cubanos, que se han estado despidiendo de un fantasma sin cuerpo presente. En el memorial no había nada, un retrato y unas flores. Lo mismo que en la capilla ardiente de cualquier folclórica. Y fuera, una larga cola como las tantas que se hacen en una isla acostumbrada a esperar sin mirar el reloj. Fidel ya es el despojo de los puros que se fumaba. Ceniza, pues, sobre ceniza, que en su momento ardieron sobre disidentes, maricones, poetas, juntos en una misma figura como la de Reynaldo Arenas, o por separado, qué más da, el caso era tapar la boca o el agujero de cualquiera que en vez de isla soñase con ser península. He ahí a Cabrera Infante, cuyos libros eran todos ellos un continente pero no tenían la venia de los que reparten el prestigio, que señalaron a García Márquez, buen escritor y peor persona, como el gigante letrado de la mama grande.

El teatro de la revolución alcanzó ayer su clímax con la misa comunista que elevó al tirano al altar de los dioses de puño en alto y la barba «hipster» en el bautizo de un nuevo Ché, sólo que con más muertos entre los dientes que aquel guerrillero de película que murió joven y guapo, sin tiempo en la historia para hacer más mal.

La puesta en escena de una ópera de estas características fue calculada al detalle, hasta el millón de congregados en la plaza de revolución, ni uno menos. Los cubanos tenían que llorar como en esos vídeos de Corea del Norte que nos hacen maldita la gracia. Y allí de espectadores se mezclaron, o eso se decía, el Rey y los que desearon su muerte y quemaron su retrato, como los de la CUP y los de Otegi, al que prohibieron viajar porque no puede sobrevolar EEUU, todavía de Obama. Cuando nuestro Emérito fallezca excusarán su asistencia o brindarán con chupitos de mala baba. Pero al dictador había que hacerle ataúdes de palabras huecas por las que pasan la miseria ideológica, como una de esas focas en el circo que nos hacen llorar mientras ellas aplauden de mentira. Una ópera con arias como el discurso de Raúl y las furtivas lágrimas que habrá que ver en qué quedan cuando se levante la veda del luto y el dolor caduque.

Muerto el venado llegará la hora de los buitres que ya se reparten su siniestra herencia que aún tardará en desvanecerse tal que un sueño de Roal Dahl en las cunas de los infantes. Pesadillas antes de Navidad. A Fidel lo despidieron con humo de incienso ateo para que lo recuerden los telediarios de la televisión cubana que tenía prohibido dar los buenos días. Y en efecto, no lo eran, porque habían perdido su pata de conejo, el amuleto. En una radio escuché que una señora señalaba a Pablo Iglesias como su sucesor. Hasta allí han llegado los ecos de sus gestas heroicas, que la mayor guerra que ha conocido es la que mantiene con Errejón. Iglesias, que lleva la barba al revés.