César Vidal

Cincuenta años de evasión

Ha pasado desapercibido, pero este año se cumple el medio siglo de un clásico del cine. Me refiero a «La gran evasión», aquella magnífica película que relataba el intento de docenas de pilotos británicos y norteamericanos para escapar de un campo de concentración destinado precisamente a evitar fugas. Recuerdo perfectamente cuando vi la película. Fue en el cine de los frailes, el que estaba anejo al colegio Raimundo Lulio, un sábado por la tarde. Costaba la entrada ocho pesetas –precio ciertamente módico– y el único inconveniente estaba en que había que abrirse paso a la carrera para conseguir una butaca. A mí la historia me cautivó desde el primer momento. No sólo es que la marcha de la banda sonora ya provocaba una reacción electrizante que nos llevó a algunos a corearla dando palmas, sino que la sugestión inmensa de poder escapar de una prisión se apoderó de mi corazón de forma instantánea. A diferencia de otros chavales que se identificaban con los alemanes –existía una enorme simpatía por el III Reich en aquella España de Franco aunque la guerra hubiera terminado casi veinte años antes y aunque no se quiera recordar–, mi corazón estaban con los que se las arreglaban para excavar un túnel, para sacar la tierra en unos saquetes que llevaban en el interior de los pantalones y para montar una sastrería y una industria de documentación falsas. He reflexionado sobre esa identificación y estoy convencido de que un freudiano diría que yo, en realidad, estaba harto de pasarme en un colegio de régimen cuartelario todo el día desde las siete y media de la mañana a las siete y media de la noche; de no poder salir a la calle sin compañía –aquella película la vi con mi abuela Remedios, sin ir más lejos– y de tener sobre mí un control que no desaparecía ni siquiera cuando estaba dormido. La comparación hubiera sido excesiva porque en casa no había alambradas y la comida del colegio era seguramente mejor que la del campo. Pero sí es cierto que en aquella película latía un amor por la libertad que nunca me ha abandonado. La he vuelto a ver no pocas veces y siempre tengo la esperanza de que, esta vez sí, la moto de Steve McQueen, perseguida por los alemanes, consiga saltar la empalizada permitiéndole escaparse. Voy a ver si este año lo consigue. Total también hay quien espera que de la política de Montoro puede salir algo bueno...