César Vidal
Cirrosis
Hace ya años tuve un amigo cuya esposa era alcohólica. Embarazada en la adolescencia, casada de penalty, reducida a una vida punto menos que miserable, la pobre muchacha no sólo odiaba a su hijo –bastaba ver cómo lo trataba para percatarse de tan terrible realidad– sino que además se veía obligada a soportar a un marido más joven que ella y totalmente inmaduro y a una suegra desequilibrada que lo mismo rezaba novenas a una santa que acudía a una echadora de cartas para averiguar el porvenir. En ese contexto, comenzó a beber. No es que le encontrara especial gusto al alcohol, pero debió de concluir que el pacharán le endulzaba mínimamente una vida amarga hasta las heces. Antes de que pudiera darse cuenta, no sólo había transformado la existencia de su primogénito en un infierno –el muchacho acabaría consumiendo droga y pasando a declarar ante el juez de instrucción– sino que se convirtió en una consumidora compulsiva de alcohol cuya dosis diaria no bajaba de una botella de licor. Angustiado por el panorama, mi amigo me suplicó que me pusiera en contacto con un médico y que le consultara sobre la posible evolución de su esposa. La doctora, una antigua amiga de la época universitaria, fue tajante. Si continuaba bebiendo al mismo ritmo en menos de un año sufriría una cirrosis. No era lo peor. Al cabo de dos años, podría desarrollar un cáncer de hígado con la mayor facilidad. Cuando informé a mi amigo del diagnóstico, su mujer intentó negociar. Quizá si sólo pudiera alargar el plazo para dejar de beber, quizá si abandonaba una parte del consumo, quizá... Pero la realidad era indiscutible. O dejaba el alcohol o la cirrosis se la llevaría por delante. Me he acordado de este triste episodio al ver cómo Montoro y Duran Lleida pretenden que Bruselas actúe en relación con el déficit español. La UE no puede ser comprensiva con el vicioso gasto público. Por el contrario, sólo puede obligarnos a detenerlo en seco como si fuéramos borrachos a punto de reventar. Sin embargo, ni el ministro ni el nacionalista parecen darse cuenta de que España es una nación intoxicada de déficit y que o deja de consumir gasto o nuestra economía morirá de una cirrosis de endeudamiento y suspensión de pagos. Ignoro si sufren traumas como los que padecía la esposa de mi amigo, pero sé que, en este caso, el drama no afectará sólo a una familia sino a decenas de millones de españoles.