Carlos Rodríguez Braun

Corrupción y poder

La parábola sobre la notoria paja en el ojo ajeno contrapuesta a la insignificante viga en el propio resplandece con la corrupción política. El PP se aferra a la teoría de que Bárcenas es un corrupto asistemático; por ponerlo en términos socialistas, aseguran que Bárcenas o la trama «Gürtel» son Roldán, no Filesa. Subrayan este punto, y proclaman que el único partido condenado por financiación ilegal es el PSOE. Desde la izquierda aducen que los partidos no son condenados, sino las personas, que lo de Filesa ya pasó, que Griñán no sabía nada de los ERE, y que Bárcenas no era un individuo aislado en un sótano ignoto de Génova, 13. Y así se pasan la pelota, mientras nos miran a los demás, y se lanzan sobre nosotros si creen que no estamos condenando la corrupción (del otro, claro) con la suficiente severidad. Pero este juego hipócrita oculta la vieja asociación entre corrupción y poder. No puede ser casualidad que haya corrupción en el PP y el PSOE pero no en UPyD, igual que tampoco puede serlo que en Cataluña la haya en CiU y no en Ciutadans. El mando en plaza (y tanto más cuanto más arbitrario sea) desata un estímulo crucial para la corrupción: la oportunidad. Por eso es equivocado echarles la culpa principal de la corrupción a los empresarios de obras públicas que llevan maletines a los políticos. En vez de ello, convendría pensar en por qué son esos empresarios y no otros los

que los llevan, y en por qué los entregan en algunos partidos y no en otros.