Historia

Enrique López

El agonismo político

La Razón
La RazónLa Razón

Stefan Zweig pronunció una conferencia en Florencia (1932), titulada el «Pensamiento Europeo en su desarrollo histórico», cuyo exordio rezaba así: «La historia, ese océano de acontecimientos sin aparentes mareas, obedece en realidad a una ley rítmica e inmutable, a un oleaje que divide épocas de flujo y reflujo, en corrientes de avances y retroceso». Con su hondo escepticismo que rezumaba la advertencia de la segunda y más grande guerra mundial, repasaba la historia de Europa como una historia de grandes progresos y a la vez de grandes retrocesos, que destruyen los primeros. Nacer y morir, crear y destruir, avanzar y retroceder, parece que es el sino de nuestra historia, y España como unidad histórica no puede quedar al margen de esta implacable ley. Si hiciéramos una suerte de ucronía, y colocáramos a Calvo Sotelo y a Besteiro como los grandes líderes de la derecha e izquierda española en 1935, quizá España hubiera sido un país de debatientes y no de combatientes, de diálogo y no de enfrentamiento, pero la realidad se impuso. En bioquímica un agonista es aquella sustancia que es capaz de unirse a un receptor celular y provocar una acción determinada en la célula generalmente similar a la producida por una sustancia fisiológica, mientras que un antagonista es una sustancia que se une a un receptor, pero en este caso lo bloquea. Es curioso que la palabra antagonista es más conocida en su uso general, el que actúa de manera contraria u opuesta, mientras que el agonista no se usa para expresar la sinergia o simbiosis, y esto es lo que le pasa a la política española en estos momentos, y lo que también aconteció en la Segunda República, exceso de bloqueo y falta de acuerdo y entendimiento. Resulta muy instructiva, aunque no se comparta su pensamiento, la doctrina de la politóloga, ésta sí lo es de verdad, Chantal Moufe, la cual ha desarrollado la lógica de su idea «agonista» de la disputa política en las sociedades democráticas y, dista mucho de lo que está ocurriendo en España, y más de lo que aconteció hace ochenta años. Comparto el punto de partida de su pensamiento, la caducidad de las fórmulas revolucionarias, proponiendo una democracia radical, pluralista y agonista, en la que el conflicto deje de ser mal visto y pase a ocupar el centro de la escena política. También comparto su acertado concepto de «consenso conflictivo», esto es, debemos entender que hay principios ético-políticos que van a ser interpretados de manera distinta, y esto es algo positivo, puesto que no hay que tratar de llegar a una sola interpretación. En definitiva se pueden extraer dos conclusiones, ya no cabe imponer pensamientos únicos y buscar mayorías parlamentarias para ello, ni la democracia en sí misma es siempre llegar a un consenso a toda costa, se debe aprender a convivir en el disenso, con respeto hacia el adversario, y entre todos avanzar y alcanzar metas comunes que incluso con disenso se conquistan, eso sí, conformando acuerdos parlamentarios. Para ello hay que difuminar esta nube de gas tóxico que invade España, compuesta de odio y prejuicio.