El desafío independentista

El efecto tricornio

La Razón
La RazónLa Razón

A veces, refocilándome, trato de imaginar lo que pensarán los de la zona VIP del torneo Conde de Godó o las señoras de los palcos del Liceo, cuando en televisor del salón ven desahogarse a cuperos como David Fernández o Anna Gabriel. Se les tiene que acalambrar el estómago a los del tenis y a las de la ópera, porque con sus camisetas, sandalias y flequillos a tazón, son quienes mandan en Cataluña. Los partidarios de criar a los hijos en comuna, forjar una alianza con chavistas y norcoreanos, colectivizar empresas, homenajear a etarras y emplumar a los Mossos por «asesinar en una ejecución extrajudicial» a los terroristas islámicos de La Rambla y Cambrils son los que controlan la política catalana y marcan los ritmos del «procés». Subrayo este detalle, porque va a hacer inevitable que el Gobierno de España aplique el artículo 155 de la Constitución española. Ese que Rajoy ni se atreve a nombrar, pero que esta previsto para los casos excepcionales en que un gobierno autonómico se pasa la ley por el forro. El embrollo tiene un componente psicológico, en el que la borrachera de autoestima y el menosprecio a castellanos, andaluces y extremeños es significativo, pero, a diferencia de las huestes de la CUP, las élites catalanas no son inasequibles al razonamiento. Muchos empresarios, que enarbolan la estelada, empezarán a agitarla menos, a medida que los boicots promovidos en internet hagan mella en sus balances. Los políticos, y un claro ejemplo es Ada Colau, tampoco son insensibles a la presión. Que la alcaldesa es independentista es un secreto a voces. Pero tanto ella como el nefasto Pisarello han escuchado que la Fiscalía acusa a Puigdemont de prevaricación, desobediencia y malversación y se lo han pensado dos veces. De momento, no ofrecen locales para que sirvan de colegios electorales el 1-0. Para que las cosas comiencen a cambiar es clave el fracaso total del referéndum y eso exige hacer extensible al conjunto de ayuntamientos catalanes, lo que parece funcionar en Barcelona. En otras palabras: que no haya alcalde que no tenga claro que le va a caer encima el diluvio si se apunta al festejo. Y lo mismo a todos los funcionarios, de forma particular los mossos. Tienen que interiorizar ya que serán multados, inhabilitados y perderán su empleo. Es lo que en tráfico se llama «efecto tricornio»: basta la presencia de la Guardia Civil para que no haya conductor que se transforme en la versión hispana del prudente chófer negro de «Paseando a Miss Daisy».