España

El precio de San Telmo

La extrema derecha hace progresos electorales en toda Europa y el fenómeno también ha llegado a España con mucha fuerza. Lo que ocurra en el futuro dependerá de cómo jueguen sus cartas los que han irrumpido en el tablero político y el resto de las fuerzas políticas.

En Europa, la estrategia de los partidos tradicionales ha sido diferente según los países, pero es evidente que en aquellos lugares en los que los partidos conservadores han normalizado su relación con los partidos extremistas, les han legitimado.

Una vez que forman parte del tablero político, los discursos preventivos frente a los partidos ultras, carecen de credibilidad. No puede ser tan malo un día antes de las elecciones y tan aceptable uno después, el fin no solo no justifica los medios sino que los contamina.

La decisión que han tomado el Partido Popular y Ciudadanos de formar gobierno en Andalucía, con el apoyo de Vox, tiene consecuencias inmediatas en el escenario nacional.

Esta circunstancia no le ha pasado por alto a Marine Le Pen, a la que le faltó tiempo para felicitar por Twitter el resultado de la formación extremista, una manera peculiar de marcar territorio en nuestro país al tiempo que visibilizaba la adscripción de Vox a la extrema derecha europea.

A partir de la decisión de Cs y PP, y a pocos meses de las elecciones municipales y autonómicas en muchas comunidades autónomas, a nadie debería extrañarle una gran expansión territorial de los extremistas.

A medio y largo plazo, las consecuencias serán negativas para los partidos conservadores clásicos, como el PP, que evolucionará, probablemente, girando hacia la derecha para intentar evitar el ascenso de los nuevos populistas, cuestión que no podrá impedir porque nadie prefiere un sucedáneo al original.

Para Ciudadanos la suerte no será mucho mejor. Su barniz de partido moderado y regenerador, capaz de dar estabilidad en las instituciones pactando con derecha e izquierda según el momento y el lugar, se termina permutando por la de un partido sin escrúpulos para alcanzar el poder.

Es difícilmente explicable para sus votantes que pactar con el extremismo de derechas sea parte del ejercicio razonable del centro derecha o que, por una lado, se aduzca como razón fundamental para favorecer el cambio de gobierno en Andalucía los casos de corrupción que están en proceso judicial y que, una vez que fue dictada sentencia en el «caso Gürtel», fuesen los únicos que quedaran apoyando al Partido Popular. Son contradicciones que terminarán por pasar factura.

Por otra parte, la supervivencia de Pedro Sánchez, llegando a La Moncloa a pesar de haber perdido las elecciones con un pírrico resultado electoral y manteniéndose en el gobierno con el apoyo de los independentistas, va contra natura.

Es muy posible que ahí esté el origen de la pérdida de votos socialistas y el dislate posterior, pero se equivocan Pablo Casado y Albert Rivera intentando legitimar su acuerdo con la extrema derecha en que Sánchez pacta con los separatistas, porque cuando pactan con Vox lo que hacen es, precisamente, legitimar la estrategia del gobierno y deslegitimarse como hombres de Estado con visión de futuro.

La política española se ha instalado en el cortoplacismo, los líderes buscan conseguir los objetivos inmediatos y desprecian las repercusiones futuras y la anomalía institucional se muta en lo habitual.

No es ninguna entelequia señalar el acuerdo en Andalucía como la llave que le faltaba a la extrema derecha para iniciar una carrera de progreso electoral. España tiene un problema de liderazgos, que viven cegados por la ambición y lejos del sentido de Estado. Ni el Palacio de San Telmo ni el de La Moncloa tienen un precio tan alto.