El desafío independentista

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La Razón
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Cuando los críticos del gobierno comentan espeluznados las cargas policiales pareciera que hablan de un país tiránico, con perros y alambradas. Pero la actuación de los agentes fue la respuesta del Estado de Derecho a la pretensión de violar el ordenamiento legal y las disposiciones judiciales. Luego ya discutimos de su oportunidad y/o proporcionalidad, y exigimos la depuración de responsabilidades si fuera menester. Así ha sido siempre. Así en Cataluña, por ejemplo, durante años. Compruébenlo. Husmeen en el buscador de cualquier diario. Encontrarán, encadenadas, decenas de noticias que dan cuenta de disturbios entre Mossos d´Esquadra y manifestantes. Enfrentamientos a cuenta de Panrico, el plan Bolonia, el 15-M, de-salojos de edificios ocupados y huelgas generales. Incluso a cuenta de las victorias futbolísticas. No quiero imaginar cómo serían las cargas policiales en el país donde escribo si parte de los texanos o los neoyorquinos violara tanto la Constitución de EE UU como las disposiciones del Tribunal Supremo a fin de cocinarse un referéndum donde quebrar la Unión. Sin comprender que nadie puede otorgarse unos derechos mientras arrampla con los de sus conciudadanos. Verbigracia la secesión de parte del territorio amparándose en unos derechos prepolíticos que amputarían un espacio que es de todos, suyo y tuyo y mío. De todos los ciudadanos del Estado. Libres e iguales. Con independencia de la comunidad en la que hayan nacido y la que vivan, de su lengua materna y etc. «Porque la democracia es inseparable de la igual capacidad de decisión de todos los individuos» (Félix Ovejero dixit). Al cabo está la ley y luego, fuera, muchas cosas. Casi ninguna buena. Y resulta agotadora la pretensión de contraponer ley y justicia, tratándose España de un país de pleno derecho de la Unión Europea. Con unos indicadores de salud democrática similares a los de cualquier otro de su entorno. España es imperfecta. Pero no un Estado fallido o despótico. Ni Bélgica vampirizando el Congo ni la Rusia de Octubre. Qué decir ya del gratuito e infantil aprovechamiento de la palabra fascista. Otro término vacío, desprovisto ya de cualquier significado recto gracias al centrifugado de quienes, desde una esquina de la Unión Europea y en uno de sus territorios más ricos, empachados de halagos oficiales y relatos dopados de glucosa, se creen la reencarnación posmoderna y triestrellada por la Michelín de los saharauis. Por supuesto que la respuesta del gobierno, aunque legítima, tuvo algo jadeante. Los independentistas mantuvieron la pantomima del referéndum porque necesitaban de la puesta en escena, de la escenificación sangrienta y bronca para fraguar con lágrimas la patria que llega. Con la esperanza de que la legitimidad nazca de un póster. Con el gobierno vapuleado por una parálisis que viene de lejos y unos medios internacionales que informan del frente desde la barra de Chicote. Resulta difícil responder a quienes plantean un reto tras otro hasta lograr la chispa, pero caramba, va en el sueldo. Los rebeldes soñaban con la violencia en contra. Aunque fue mínima, habida cuenta del número de sediciosos y la colosal dimensión del reto, lograron su objetivo. Abandonada cualquier pretensión de legitimidad, la independencia camina a golpe de spot.