Pedro Narváez

El teatro del absurdo

Lo dijo el ministro del Interior en esta casa. El tiempo del teatro ha pasado; a ETA sólo le queda la disolución. El noble arte de Talía es indisociable de la política. Es en los parlamentos donde deberían entregar los Goya y así se encontrarían con todos los ministros juntos para mantearles –siempre a la diestra– cuando les venga en gana, como al pelele del autor de «Los fusilamientos». Con lo de Ceuta, el PSOE ha llegado al histrionismo, con una interpretación tan forzada que hace de la tragedia una farsa, como un Valle Inclán falto de inspiración y rasurado. A Rubalcaba le falta pintarse un bigote para ser una greguería, mientras Soraya Rodríguez recita «Eloísa está debajo de un almendro», por no decir de un guindo, de donde parecen caerse ahora con lo de los quince negritos si se me permite el diminutivo para evocar la novela de Agatha Christie, que eran diez aunque de alta alcurnia. La pregunta que se hacen los del buen rollo es si nos tomaríamos igual la tragedia en el caso de que los muertos en la frontera fueran blancos. Creo que la reflexión deberían hacérsela ellos. Teatro pánico. Si fueran occidentales, tal vez exageraran menos. Díganme racista, demagogo, pero no hipócrita. En cuanto a ETA ya no son pelotas de goma sino estar hasta las ídem de la representación de la bellaquería. La «performance» de los llamados verificadores merecería espacio en ARCO, donde el arte se despelota mientras fluye el dinero, en vez de en Bilbao. Aquí ya la farsa vuelve al drama que supone hacer un falso «streptease» ante las víctimas en un juego perverso de tan sádico. Que nos dejen en paz estos titiriteros de la muerte y hagan sus espectáculos en privado con claque alquilada para la ocasión y bufones constitucionalistas haciendo el papelón de su vida susurrados por Lady Macbeth Zulueta. Sí, tenemos que aprender a vivir sin ellos, pero resulta que ellos no nos dejarán vivir hasta que bajen definitivamente el telón de su vergüenza.