Restringido

El voto alternativo

Sobre las elecciones del día 24 voy a emplear un método comparativo entre España y países de nuestro entorno; y un método objetivo parecido al científico, por el que se llega a unas conclusiones independientemente de si su propio autor las comparte o no. Primera pregunta introductoria si se observa la realidad político-electoral en España y la de los países que queremos que sean nuestra referencia (Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Alemania): ¿a quién vota la mayoría? La respuesta parece clara: a la derecha moderada o a la izquierda moderada. En torno a esta pregunta no hay diferencias esenciales, pese a ser destacable, por ejemplo, cómo en las recientes elecciones del Reino Unido el partido conservador obtuvo mayoría absoluta por el crecimiento económico y en España no ha sido así. Segunda pregunta: ¿dónde va a parar el voto emocional, el voto de descontentos, el de personas que se cansan cuando un Gobierno lleva gobernando tiempo, el voto alternativo, o de jóvenes, o el voto de personas que parecen buscar en la política un ideal frente a lo tradicional o convencional? En España va a parar al separatismo o a la izquierda no moderada. En Europa se constata el dato de que se vota a la extrema derecha. Cuatro millones de votantes en Reino Unido, más millones en Francia, una marea que invade todos los países europeos cuando el voto no va a parar a las fuerzas convencionales.

Tercera pregunta: ¿hacemos bien en España en considerar sólo el voto regionalista o el de izquierda no moderada como algo positivo (ha sido la elección de muchos votantes)? Lo habitual en nuestro país es oír que «hay que entender estos partidos y votos porque han sabido conectar con el pueblo»; o «así es la democracia». Siendo esto así con la izquierda no moderada, en cambio, en España no se piensa del mismo modo cuando se valora el mismo fenómeno del lado de la derecha no moderada. No tengo la respuesta a este curioso hecho que nos diferencia de Europa. Lo racional parece: o bien que España es el único Estado diferente donde se ha llegado a un grado de democracia superior, por ejemplo, a Francia, o bien deberíamos superar tópicos y tratar a todos los partidos no moderados o no convencionales de igual forma; o bien, ya de votar haciendo primar la emoción, hacerlo entonces (como se hace en Europa) a partidos que simbolicen unidad para que España siga la tendencia de las demás democracias. En este contexto, un dato objetivo a modo de ejemplo: en las pasadas elecciones hemos podido ver cómo se puede ser tranquilamente de ERC, pero hay que pedir perdón porque un partido (Ciudadanos) se equivoca sólo por el hecho de contactar con un falangista.

Cuarta pregunta: aun partiendo de que lo deseable es votar moderación, ¿es realmente lo mismo un voto separatista o de izquierda no moderada que un voto de esos que se hacen en Europa a la derecha no moderada? La pregunta tiene provocación considerando que el español medio, en el contexto de tal voto alternativo o emocional, como apreciamos, ha optado por posiciones no moderadas de izquierda y en cambio no valora bien las posiciones no moderadas de derecha. Pues bien, el caso es que votar en Europa de tal forma «alternativa», o emocional de derechas, pese a las restricciones de derechos que conlleva y pese a lo deficiente que pueda parecer en todos los sentidos, presenta sin embargo un menor elemento de inquietud que la alternativa española del voto separatista y de izquierda no moderada, ya que estas alternativas no convencionales en España no son (a diferencia del voto alternativo europeo) un elemento distorsionante de la nación, que al final lógicamente es lo importante. Sino, en todo caso, lo contrario.

El quinto elemento comparativo sería el siguiente: la democracia, dicho con cierta ironía, se asienta según enseña también Estados Unidos en, por un lado la libertad, pero con la conclusión de que libertad significa votar todos finalmente algo parecido. Es decir, en EE UU la libertad lo que a la postre significa es o bien optar por la derecha extrema o bien por la derecha moderada. Pero sin grandes diferencias, es decir, la libertad para el pensamiento único. Parece, siguiendo con la ironía, que lo mejor que puede pasar en política es votar colectivamente un «gran bostezo», llevando el campo de las emociones políticas o bien a «shows» electorales (no a las ideas) o bien en último extremo (como corroboran Europa y Norteamérica), a fomentar el patriotismo y la nación pero no a lo contrario, que es hoy por hoy el dato que resulta insólito en un contexto comparado. Da pena España, porque parece que ésta pocas ayudas tiene. Prima el protagonismo individual y el triunfo de los medios.

Con todo, a mí, personalmente, todo lo anterior me preocupa poco relativamente y de ahí que me exprese de esa forma característica de cuando uno no está en el enredo político. Mi conclusión es más bien que, en vez de buscar solución al descontento en la política y en los partidos políticos, todo esto de la emoción y lo anticonvencional debería canalizarse más bien a través de intelectuales a los que se les otorgara mayor peso (incluso institucional, pero no en las estructuras políticas propiamente dichas) en la sociedad. Cierto que al final esto sería también una nueva casta, pero al menos habría algo diferente. En cambio, todo partido nuevo es en el fondo un bostezo más, siendo ilusorio presentarse como un cauce alternativo cuando los derechos y las libertades están ya más que predefinidos en el propio sistema constitucional. Lo que la sociedad necesita es abrir un canal potente a intelectuales y artistas que sean esa voz de lo alternativo. El problema del mundo occidental es que busca soluciones imposibles en la política. Para no aburrir más, me remito a mi libro «La búsqueda intelectual de lo trascendente», de Unión Editorial.