César Vidal

Elías Teppers y Betel

Vivimos en un mundo engañoso y que, por añadidura, induce a engaño. De creer lo que aparece en los medios de comunicación, se diría que lo importante en nuestra sufrida España son los trinques y enjuagues de partidos y sindicatos o los tránsitos de lecho de seres de ínfima relevancia. Gracias a Dios, la verdad es muy otra. Permítanme que les brinde un ejemplo. Hace varias décadas, cuando yo casi casi comenzaba a ejercer la abogacía, vino a verme a mi despacho Elías Teppers, un misionero norteamericano recién llegado a España. Deseaba inscribir legalmente su misión y difundir el mensaje del Evangelio entre universitarios. Sin embargo, la realidad discurrió por otro lado. Asentado en la barriada madrileña de San Blas, no tardó en encontrarse con gente desahuciada por efecto de las toxicomanías. Al principio, los recogía en su casa, pero, poco a poco, resultó obvio que esa forma de enfrentarse con el problema resultaba inviable. De esa manera, nació Betel. Sin medios, sin subvenciones, sin ayudas, pero con una fe inquebrantable en que Dios provee. A día de hoy, Betel existe en un centenar de países. Conozco sus centros en España y en India, pero también he hablado con gente suya de Rusia, Finlandia o Portugal, por citar sólo unos ejemplos. Con el paso de los años, he visto desde sus huérfanos recogidos cerca de Delhi a los supervivientes del sida y la heroína en Madrid. También, hace ahora un año, contemplé como la esposa de Elías abandonaba este mundo después de una enfermedad dilatada y áspera, y cómo Elías –que la cuidaba las veinticuatro horas del día– acogía la partida de la compañera de una vida con la esperanza de que un día se reencontraría con ella al lado del Gran Maestro. Es prácticamente imposible que Elías o la gente de Betel aparezcan nunca en un medio de comunicación pontificando sobre la solidaridad o en busca de una parte del presupuesto, proclamando el bien que rinden a la sociedad. Sin embargo, los drogadictos, los alcohólicos, los huérfanos y las prostitutas que se han beneficiado de sus acciones se cuentan por miles. En realidad, que así sea tampoco tiene tanta relevancia. Los que se dejan la vida en Betel saben que la verdadera recompensa se halla no en los premios, las cámaras o la cercanía de los poderosos, sino en las vidas reconstruidas y en descansar un día al lado de aquel con quien está la mujer de Elías hace ahora un año.