Enrique López

Hasta pronto

Una vez más y fiel a mi cita acudo como todas las semanas a esta tribuna que durante unos cuantos años he podido escribir gracias a este medio de comunicación. Me siento muy orgulloso de haber tenido esta oportunidad de compartir con los lectores de LA RAZÓN mis ideas y consideraciones. Me tengo que despedir y lo hago con tristeza. La libertad de expresión es un derecho que tenemos los seres humanos no sólo porque podamos expresarnos como actividad natural, sino y además, porque es esencial en una sociedad plural, en la que todos podamos contraponer opiniones. Desgraciadamente siempre hay gentes que tratan de imponer unos límites a la misma que no se imponen a sí mismos, y se permiten el lujo de calificar de sectarios todo aquel que no comparte sus ideas y descalifican todo aquello que no les gusta. Creo que cada vez son menos y con menos poder. Hace unos cuantos años, reflexionaba sobre ello, y me gustaría despedirme recordando algunas de estas reflexiones. Dicen que el sectarismo se produce cuando se deja de juzgar las ideas y las acciones por sus razones intrínsecas, sino y sólo por quien las mantiene. Cuando se cierra filas siempre con los propios, aun cuando sostengan los mayores dislates, no aceptando nada del adversario, aunque se coincida en parte con él. A veces, parece que su ejercicio es necesario y consustancial a la política, algo en lo que no creo, pero lo que sí es cierto es que esta forma especial de entender el debate transciende de la propia política y se instala en otras actividades, y ése es el momento del fracaso de una sociedad, cuando en cualquier actividad aparecen las etiquetas, y sobre todos los especialistas en su colocación. «Estás conmigo o contra mí», «eres de esto o de lo otro», parece que la vida es un constante dilema y siempre se debe estar optando por algo. Cicerón insistía en que es preferible ser amado a ser temido, ya que el que te ama, aunque no te obedezca siempre, por lo menos te escucha y nunca te deseará el mal, mientras que el que te teme sólo espera el momento adecuado para desquitarse. Al final de la vida, todas las mieles del poder no alcanzan en nuestro ataúd, pero sí queda el legado de nuestras acciones como miembros de la sociedad. Esto es lo más importante para todo responsable en general y en especial el político, su legado. Pero ante ello mi máxima siempre ha sido algo que repetía Franklin Delano Roosevelt: «La única cosa de la que debemos tener miedo es del miedo». Yo tengo miedo al sectarismo. Sectarismo e imposición es un binomio letal para una sociedad. Ortega nos transmitió con claridad su gran crítica a la República, tan ansiada por él mismo: su sectarismo. Fue para el filósofo, la mentira y el sectarismo de los primeros pasos de la República lo que hizo rechazarla a muchos de los que la trajeron. No olvidemos aquello de «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». Por ello también decía: «Procura el bien de aquel lugar donde has nacido». Cuando se cierran filas siempre con los propios, aun cuando sostengan los mayores dislates, no aceptando nada del adversario, se acaba derrotando muy mal. Algunos creen que es la única forma de defender sus ideas, esto es, no importa la naturaleza e importancia de lo que se piensa, siempre que puedas ridiculizar y cuestionar las del adversario. El pluralismo político no es un valor privativo de los partidos políticos, es un valor proclamado por nuestra Constitución, que confiere un derecho a todos los ciudadanos, el cual es nada más y nada menos que conformar tu pensamiento político con absoluta libertad y sólo limitado por los propios principios que establece nuestra Constitución. No respetar al que piensa de forma diferente es negar, nada más y nada menos, un valor esencial sobre el que se asienta la democracia. En cualquier caso, lo que este tipo de gentes no consigue es que los demás caigamos en sus propios errores: al sectarismo lo respondemos con tolerancia y respeto, incluso en el exabrupto. Cuando lo que se hace es cumplir con tus obligaciones, las críticas y desvaloraciones se soportan bien, incomodan pero no atormentan, solo te invitan a mejorar. El orgullo de ser como se es y como uno quiere ser no te lo pueden quitar. Sólo me queda despedirme y poner de manifiesto que ha sido un honor poder haber contando con un espacio todas las semanas en LA RAZÓN para poder escribir todo aquello que he querido. La esencia de los que somos realmente independientes es que lo somos incluso de nuestras propias ideas y convicciones y nos sometemos sin reservas a la Ley y sus consecuencias, algo que no debiera molestarle a nadie.