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César Vidal

Hasta siempre, Pepe

Hasta siempre, Pepe larazon

La muerte desgarra de manera especial cuando resulta inesperada como en el caso de Pepe Sancho. Conocí al extraordinario actor cuando era simplemente «el Estudiante» y cabalgaba al lado de Curro Jiménez. Yo era estudiante por aquel entonces, andaba enamorado y hubiera deseado correr aventuras similares de manera que no pude evitar la identificación. Pero, por mucha popularidad que le diera aquel bandolero, Pepe Sancho fue artísticamente mucho, muchísimo más. Lo entrevisté varias veces, las últimas acompañado de Reyes Monforte, su esposa a la que llamaba la «Primitiva» porque era un verdadero premio de la lotería. Siempre me quedó un recuerdo inmejorable de aquellas dilatadas conversaciones porque Pepe no pretendía caer bien y contaba tan sólo la realidad aunque fuera para reconocer que había robado a un cura porque tenía hambre o que, en la época de Franco, había lugares de encuentro público de homosexuales y todos los conocían o que había conseguido un papel en el cine diciendo que sabía montar a caballo aunque no era cierto. Los más lo conocían por la televisión o el cine, pero Pepe fue, por encima de todo, un magnífico actor de teatro. Los que tuvimos el privilegio de verlo dando vida a Adriano o a Enrique IV, lo sabíamos de sobra. Hace unos meses charlé con él a la salida de una representación de «Los intereses creados» en que encarnaba insuperablemente a Crispín. Fue un éxito total y absoluto aunque se quejaba de problemas de garganta. Me pregunto ahora si aquellas molestias denotaban más que un resfriado. Hace muy pocas semanas, contemplé el anuncio de una obra en que aparecía. En la foto, me resultó enormemente desmejorado, tanto que pensé que parecía un enfermo de cáncer, pero atribuí todo a la caracterización. Me puse en contacto con la compañía para acudir a verlo y entonces me dijeron que no iba a trabajar en la función porque estaba «malito» aunque se trataba de algo pasajero y sin mayor importancia. Por desgracia, no ha sido así. Con Pepe se ha ido, más que prematuramente, uno de los grandes de la escena, pero también alguien que llamaba a las cosas por su nombre; que estaba entrañablemente unido a Reyes en un invierno de la vida que todos habríamos deseado mucho más dilatado y que creía en que el teatro es algo diferente del digno «show» del cuentachistes. Nos quedan recuerdos entrañables y grabaciones de algunas de sus no escasas manifestaciones de admirable profesionalidad. Algo es. Hasta siempre, Pepe.