ETA

Idoia

La Razón
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Hace muchos, muchos años, en una galaxia muy lejana, me robaron el bolso. Mejor dicho: me abrieron el bolso en mi centro de trabajo y se llevaron la cartera, con un sueldo entero y mi documentación. En la comisaría donde intenté poner la pertinente denuncia, un amable funcionario me aconsejó esperar unos días «porque a veces estas cosas aparecen». Jamás apareció y cuando fui a conseguir otro para poder moverme por el mundo, me regañaron por demorarme. Nada de eso ocurrió, obviamente, así que pasada una semana regresé a la comisaría en cuestión y un policía me echó una bronca de tres pares de narices. «¿No se da Vd. cuenta de que, durante todos estos días, su carné puede haber sido utilizado por cualquier delincuente, o peor, por cualquier terrorista?». ETA dijo adiós hace cinco años, que uno no sabe si es un «veremos», o un «me multiplico por cero», pero es verdad que desde aquel día hay muchos compatriotas que salen a la calle más tranquilos y yo me alegro infinitamente. Aquel día, cuando el poli me advirtió de mi error, yo vi mi documentación en manos de cualquier asesina. Yo ya me vi en manos de La Tigresa, tratando de saltarse un control en la frontera y el corazón se me puso a cien. Bien es verdad que confundirnos a la Tigresa y a mí es como hacerlo con un huevo y una castaña. Los gendarmes, observando alejarse el coche de la etarra, se hubieran entrañado. «Hay que ver lo desmejorada que estaba esta señora el día de la foto». Idoia acaba de obtener un permiso de tres días y nada tengo que decir al respecto porque así lo ha decidido la Justicia y será la Justicia la que tenga sus razones, pero me he puesto a pensar en lo cansada que está una mujer, como ella y como yo, con todos los achaques del mundo al hombro a nuestra edad y en la cárcel de por vida. Me ha dado una pena horrible. Ni una pizca por merecerlo. Un mundo por habérselo merecido tanto. Qué desperdicio, con lo poco que dura la felicidad y las décadas para serlo.