José María Marco

La abstenciíon

La Razón
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La abstención se ha convertido en la palabra clave, de la que depende el futuro inmediato de España. En su raíz significa privación de algo. Equivale a abstinencia, que era lo que ordenaba la Iglesia a los católicos los viernes de cuaresma: había que abstenerse de comer carne esos días. Y eso contando con la bula de la Santa Cruzada; en caso contrario, la penitencia alimenticia era más dura. Había que estar los cuarenta días poco menos que ayunando a pan y agua, como hacía mi abuela Bibiana, si acaso con un poco de abadejo en la cena. En el plano político la abstención significa que ni sí ni no, sino todo lo contrario. El semáforo está en ámbar, unas veces equivale a luz verde y otras, a luz roja. En el caso que nos ocupa, la abstención de los diputados socialistas, después de haber tenido diez meses el semáforo en rojo –lo que ha dado pie a pensar que estaba estropeado y a sustituir al responsable– se interpreta como luz verde, por fin, a la investidura de Mariano Rajoy. De poco sirve la disquisición bizantina de que abstención no es lo mismo que aprobación.

Lo que merece una cierta reflexión es el hecho de que la viabilidad del Gobierno dependa de una circunstancia tan poco positiva y fiable como la abstención obligada y a regañadientes de sus principales adversarios políticos porque a la fuerza ahorcan; o sea, únicamente para evitar la repetición inmediata de las elecciones, que los pillaría en pelota. ¿Quién asegura que el Gobierno de Rajoy va a poder gobernar al día siguiente? ¿Quién puede confiar en que las Cortes, en las que no dispone de mayoría ni de lejos, van a dar luz verde, de entrada, a los presupuestos generales del Estado para el año que viene? ¿Quién puede dudar de que el nuevo Gobierno va a tropezar con un bosque de semáforos rojos en el Congreso de los Diputados al día siguiente de la investidura? La repudiable «Gürtel» y su obscena utilización política es un precedente poco tranquilizador. No es extraño que haya quien hable ya de «investidura-trampa» y se alcen voces exigiendo un mínimo de garantías que respeten la circulación. La «investidura de la abstención», como se la conocerá en el futuro, si es que al final cristaliza, no parece ofrecer hoy esas garantías.