Julián Cabrera

La nueva política, ¡estúpidos!

La Razón
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Pocas veces dio tanto de sí una frase como la de J. Carville, el asesor de Bill Clinton en la campaña presidencial del 92. «¡La economía, estúpidos!» ha sido renombrada cambiando la terminología en un permanente intento de justificar desde el ámbito institucional y el juego político los errores cometidos en la gestión económica. De ese canje de términos una buena lección aprendió Bush padre, que tras el éxito en la Guerra del Golfo y otras medallas en política geoestratégica comenzó a ver por aquel entonces cómo la alta aceptación hacia esos logros en las encuestas se iba al garete y empezaban a sonarle a la opinión pública a música country ante el tsunami de la recesión. Clinton ganó claramente en la campaña de la frasecita de marras por la que Carville se habría hecho multimillonario de haber cobrado derechos de autor.

Su espíritu parece estar más que presente en el manual de actuación de muchos dirigentes de los principales partidos en nuestro país, sobre todo los llamados emergentes, que contemplan eso que llaman «nueva política» como el fruto de un arcano al que un buen número de estúpidos no acabamos de ser capaces de asomarnos. Pues bien, en ese marasmo de ausencia de agudeza y sagacidad, todavía alguno nos preguntamos a estas alturas, y cumplidos dos meses desde las elecciones generales, si esos nuevos modos tienen algún tipo de reflejo o correspondencia con algunos interrogantes que surgen de manera inevitable en el día a día del actual devenir postelectoral:

¿No haberse entendido –casos de Sánchez y de Iglesias– ni siquiera en el protocolo para sentarse a negociar forma parte de esa nueva política? ¿Se corresponde con ella anunciar a bombo y platillo reuniones negociadoras con luz y taquígrafos en las redes e internet cuando en realidad son pocas y secretas? Al menos antes –y doy buena fe de ello– algunos acuerdos se cerraban en el «Manolo», frente al Congreso y con el café con churros y las sublimes croquetas de jamón como único «streaming». ¿Es nueva política acudir a una primera y última reunión con el líder del partido más votado con el «no, no y no» como primer elemento de un prejuicio ideológico propio de la España del 36? ¿Se corresponde quizás con mirar permanentemente al retrovisor que muestra aquella situación de hace ochenta años con un país abierto en canal entre salvapatrias y golpistas de ambos bandos? ¿Tiene algo que ver la particular interpretación de la «memoria histórica» y la utilización de actos culturales pagados con dinero público municipal para hacer escarnio de quienes profesan otras ideas o creencias religiosas? ¿Son nuevos talantes políticos los de «Ruiz» al calificar al adversario de «indecente» en un debate? ¿Pedir poltronas antes de sentarse a negociar, viajar en el metro solo mientras te acompaña un fotógrafo, ejercer de «comecuras» sin condenar regímenes religiosos que ahorcan a homosexuales y lapidan a mujeres por el delito de ser violadas es también nueva política?

Me temo que me encuentro entre el elenco de los estúpidos. Pare, que me bajo.