Moda

La pasarela comunista

La Razón
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La «rive gauche» se desborda en manifestaciones, como todas las revoluciones de Francia, en las que al final arden dos policías en un coche, del mismo modo que se levantaban adoquines o se pasaban por la guillotina las testas de los que no comulgaban con los nuevos tiempo en la época del terror. No hacía falta ser de la Familia Real para tal privilegio. Hay una tradición oral según la cual los levantamientos supusieron más libertad para el pueblo, una mochila sentimental llena de canciones, poemas y musicales cursis. La realidad es muy distinta, pero nos gusta pensar en un romántico colectivo que alivie el anodino devenir de los días. Y así las barricadas las etiquetamos al buen tuntún como Chus Lampreave cuando ayudaba a hacer los deberes a su nieto en «¿Qué he hecho yo... .?» y colocaba a escritores realistas y románticos según le sonaran. «¿Ves qué fácil?» Con la diferencia de que las viradas a la izquierda gozaron del prestigio intelectual. El comunismo siempre asesina por una buena causa. En todas las revoluciones, de la francesa a la rusa, el pueblo quedó a merced de los gerifaltes, los flamantes amos de las costumbres y el pensamiento. He ahí a Maduro para el que la gente es un medio para hacer negocios y exhibir su testosterona con esos discursos Viagra que lo hacen tan grande, como una estatua de Hércules, que hasta Zapatero parece bajito a su lado. Alberto Garzón alardea de que el comunismo está de moda, que es no conocer ni la historia ni la moda que, según la expresión de Óscar Wilde, es tan horrenda que es necesario cambiarla cada seis meses. Están de moda los zapatos sin calcetines, el pantalón pitillo, la cazadora de cuero amarillo de Zara y, para los más atrevidos, hasta las faldas, una prenda con la que Garzón igual no se atreve porque la moda de la que habla es de otro siglo. El comunismo estará de moda en sus conversaciones revolucionarias o tal vez quiso decir populismo, de su aliado Pablo Iglesias a Donald Trump y Marie Le Pen. Garzón quiere blanquear su ideología mortífera con la comparación de un concurso de cocina de televisión, programas de entretenimiento que son tendencia. Desde finales del siglo XX la moda ha sido un revival de los años setenta –las célebres portadas de «Madame Figaro» titulaban «¿qué hay de nuevo?, lo viejo»– y el comunismo una pasarela de cadáveres o de miseria. Por más que se vistiera con los ropajes de una modernidad anticuada como de Passolini. Lo más cercano a comunismo y moda ha sido el desfile de Chanel en La Habana en el que el nieto de Castro hacía de acomodador porque ni el régimen consiguió que diera la talla para «top model». Lo bueno de la moda es que tarde o temprano desaparece. Lo demás es tradición o vanguardia. Lo que queda es el estilo, la elegancia española a lo Balenciaga, eso que Garzón y sus compañeros de filas aún han de aprender de los pueblos en los que se habla de usted y los hombres van de negro a los entierros.