Pedro Narváez

La prima de Bárcenas

Comienza el padre de todos los puentes. Tengo miedo a decir que voy a trabajar porque los pocos vecinos que quedan –el resto se ha volatilizado como si realmente los zombis hubieran invadido la Tierra– me miran de soslayo, piensan que uno quiere hacerse el importante, o el raro, como un ñu cruzando Arturo Soria. Lo mejor es argumentar que se interrumpen las vacaciones, como airea algún colega de la competencia, tal es el incendio de España, que este año no se estila el bosque en llamas sino la zarza ardiente de la política. Los periodistas han aprendido a repetirse, de modo que una vez apresada una sombra de noticia se recuerda cada día hasta que el lector crea que es cierta. Algunos quieren parecerse así al «Washington Post», que hace años que perdió el prestigio para convertirse en una franquicia, algo así como el Burger King de los becarios con ansia de grasa más que de sangre. El Post empezó a cerrar cuando todos quisieron copiar el Watergate. Voy a remedarme: ahora hay gargantas profundas hasta al nivel de la hamaca. Mientras «Los Bárcenas Boys» preparan la rumba de septiembre y los palmeros de guardia cimbrean el pantalón de campana, la prima de riesgo cae hasta niveles de milagro. Recuerdo que hace justo un año los españoles creían que se adentraban en el abismo y, una vez fuera, nadie lo siente. Sólo sufren los accidentes de tráfico los que los padecen. Los que hemos llegado salvos a nuestro destino no pensamos en los muertos que han pasado por la misma carretera. Así es la vida. Quienes seguimos vivos nos entretenemos con cualquier caramelo. España se ha convertido en el país de la botella medio vacía aunque he visto que en los restaurantes de las playas había sobras de chipirones. Cuando salgamos de esto nadie hablará de nosotros pero el Watergate pasará a la historia. No digamos Bárcenas, cuya prima cotiza al alza. No hay tu tía.