Pedro Narváez

Los tiquismiquis

El fuego contra el Ejecutivo se abrió el día después de que Rajoy tomara posesión en La Moncloa y de que se percatara de las cortinas y el sofá que había dejado su antecesor. Los sofás, como los «selfies», dan mucho de sí últimamente desde que el Rey mostrara el suyo: un vacío en el que según las redes sociales faltaban los Simpsons. Los mercados nos pusieron dinamita en los talones, así que España fue el coyote en el mundo de Correcaminos. Permítanme que no haga balance, ese inútil resumen que cada uno lee en una lengua distinta, hasta las inventadas por Alfonso Ussía. Claro que el mal habitó en una sala de Moncloa, como guardar silencio entre el griterío o esperar a que escampe en la tormenta que no desemboca hasta que las ratas empezaron a abandonar el barco. El error de no hacer nada hasta que el adversario te sorprende sin vaselina en la cara. Pero que este año 2015 vaya bien en lo económico será bueno no para el Gobierno, que se mantendrá o dejará paso a otro que nos lo hará echar de menos, sino para los españoles, por eso no se entiende, a no ser que el virus del resentimiento haya llegado al mortífero nivel de alerta amarilla, tanto escepticismo chistoso, como si nuestro bienestar fuera una broma viejuna de Chiquito de la Calzada. En vez de ponernos a trabajar para que no sólo se cumplan las previsiones sino que se superen, abrimos otro puesto de feria en el que nos tiramos pelotas a nuestra cara. Porque Rajoy ya tiene empleo, y no parece que le vaya a faltar incluso tras una debacle, pero ahora toca encontrarlo a los millones que no pueden. Pero en vez de construir un barquito siguen mandándose mensajes en una botella, utopías que igual otros náufragos recogerán en cien años cuando ya nadie se acuerde de nosotros. Incluso para los que creen que el Gobierno no está a la altura sería exigible que sí lo estén ellos.