BCE

Los tres rasgos de un buen ministro

Los tres rasgos de un buen ministro
Los tres rasgos de un buen ministrolarazon

Luis de Guindos ya es, a efectos prácticos, vicepresidente del BCE. El todavía ministro de Economía abandonará su cargo en los próximos días y, en consecuencia, Rajoy deberá buscarle un sustituto. Conociendo la personalidad y el estilo del presidente del Gobierno, sería poco fructífero tratar de pronosticar quién será el elegido: sin embargo, sí podemos describir cuáles deberían ser las características que reuniera el agraciado para ser capaz de emprender las cruciales reformas que sigue necesitando España.

Primero, debería ser una persona con suficiente arrojo como para pisar cuantos charcos sea necesario pisar. A la postre, la economía está creciendo por encima del 3% desde 2014 y ello incentiva la pasividad de nuestros gobernantes: si la economía ya marcha sola y, además, no se cuenta con una mayoría suficiente en el Congreso, ¿para qué pelearse con los grupos de presión? ¿Para qué sufrir el desgaste del descontento popular y de un probable fracaso legislativo? La tentación a cruzarse de brazos y de contemplar cómo la recuperación continúa su curso puede ser demasiado grande. Pero ese es un enfoque que el próximo ministro debería evitar: su cargo no tendría que ser meramente honorífico, sino activamente gestor. Y es que, pese al buen pulso del que goza nuestro país, siguen existiendo muchísimos sectores (mercado laboral, energético, financiero, inmobiliario, distribución minorista, sistema educativo, fiscalidad, I+D+i, etc...) que el Ministerio de Economía —de la mano de los otros ministerios sectorialmente implicados— debería reforma en profundidad.

Segundo, el nuevo ministro debería dirigir ese impulso reformista desde principios liberalizadores. El principal problema económico de España no es el exceso, sino el defecto de libertad de mercado. Pese a los avances logrados en los últimos años, nuestra sociedad continúa sometida a una maraña regulatoria que no sólo constituye una enorme barrera de entrada para las pymes, sino también un foco de arbitrariedad política sobre las empresas ya existentes: en demasiados campos, son nuestros gobernantes los que, regulando a favor de unas empresas o en contra de otras, determinan qué compañías prosperan y cuáles marchitan. Esa gigantesca arbitrariedad –normalmente conectada con la corrupción– debe ser erradicada con la institucionalización de normas generales simples, claras y poco intrusivas. Más burocratización y más politización del mercado es lo que el nuevo ministro también debería evitar.

Y tercero, el nuevo ministro debería ser una persona con capacidad para organizar un equipo de técnicos que lo asesore en las diferentes decisiones a adoptar. En este sentido, un Ministerio con perfil técnico no sólo sería positivo para dotar de buen contenido a las reformas legislativas que vayan a desarrollarse, sino también para tender puentes con otras formaciones opositoras. Al cabo, una vez abandonamos la retórica política y adoptamos una visión más técnica, muchas diferencias partidistas terminen desapareciendo. El vedetismo político es otro vicio que el nuevo ministro debería evitar.

En definitiva, más allá del indescifrable nombre propio del próximo ministro de Economía, necesitamos un cargo audaz, liberal y técnico. ¿Nos acercaremos a ese perfil ideal?