Reyes Monforte

Nacer traicionado

Hay quien piensa que los niños abandonados por sus padres biológicos vienen al mundo con la ventaja de nacer traicionados, lo que puede ahorrarles futuras decepciones que la vida les brinde. Lo escribía brillantemente Rafael Chirbes en su magnífica novela «Crematorio». Pero la realidad siempre supera la ficción, sobre todo cuando el drama devora la simple fábula. El asesinato de la niña Asunta ha desenterrado una realidad que muchos creían oculta e incluso algunos se empeñaban en negar creyendo que así desaparecería. La adopción fallida es una realidad que alcanza casi al 2% de las adopciones en España. Pero los números no dibujan fielmente un drama que nos sorprende brutalmente cuando lo conocemos. Cuesta entender qué es lo que falla en un acto de amor y generosidad como es la adopción para que unos padres no sean capaces de aceptar al hijo o que un hijo sea incapaz de adaptarse a su nueva familia. Algo debe romperse, o quizá, algo ya venga rotos aunque ninguno de los filtros previos a la adopción fuera capaz de detectarlo. Ese fallo suele cobrarse más de una vida, y no sólo en el sentido literal de la frase, como ha sucedido en el caso de Asunta. Las vidas de esos padres se rompen y la de ese niño que soñaba con acariciar el sueño de una existencia plena de amor, también, lo que sin duda dejará un poso y una sombra de decepción difícil de asumir. Sea como fuese, es conveniente entender que un grano no hace granero, y que generalizar no lleva a nada bueno. Que hechos como éste no paralicen las adopciones, al menos para evitar que se rompan aún más sueños.