Gobierno de España

Ni a merendar

Desde hace algunas semanas es habitual volver a escuchar y leer en columnas de opinión, en editoriales y tertulias televisivas, la palabra «deterioro», refiriéndose a la degradación que sufren las instituciones.

La salida de la Moncloa del Sr. Rajoy tenía como primer objetivo frenar la creciente erosión que se había producido en la vida pública por la crisis territorial y la corrupción y a la que la sentencia del «caso Gürtel» terminó de dar la puntilla.

Después de la moción de censura, el plan debería haber sido sencillo, una convocatoria de elecciones que devolviese a los españoles el poder de elegir. Es entendible que el Sr. Sánchez quisiese formar un Gobierno que no tenía mala pinta, una manera de demostrar que si ganaba las elecciones, podía hacer las cosas bien.

Pero el poder enamora al primer contacto y el miedo a perderlo hace cometer errores. Desde el verano, se han sucedido las crisis, nadie puede negar que ha habido un escrutinio y ataque exagerado a los ministros y que los cien días de cortesía prácticamente no existieron, pero no es menos verdad, que cuando alguien entra en la cocina para hacer la prueba del algodón, debe llevar el traje inmaculado.

Es imposible gobernar con 84 diputados, porque son demasiado pocos y porque solo se puede alcanzar la mitad más uno sumando a los independentistas. A partir de ahí, cualquier intento de mantenerse en el poder concluye en crisis, da igual que se trate de la venta de armas, del gobierno de los jueces o de cualquier otra circunstancia.

La sensación de provisionalidad política y los grandes problemas de país, cuya solución, aun pendiente, requiere mayor estabilidad, se suman al escaso nivel de solvencia de algunos parlamentarios que han convertido en habitual la crispación, el insulto y la falta de respeto. El problema es de fondo, mucho tiempo con demasiadas cosas mal hechas han hecho del desprestigio de la política una pescadilla que se muerde la cola, cuanto mayor es, menos número de personas solventes y con validez quieren dedicarse a su ejercicio produciéndose lo que los economistas llaman «selección adversa».

Los diputados de ERC dieron un terrible espectáculo, hasta el Sr. Tardá avivó la crispación en el hemiciclo, pero lo grave no es un mal día de un grupo parlamentario, sino que se trata de otro mal día de algunos diputados. Gabriel Rufián ha convertido el estilo tabernario en su marca. Cuesta creer que haya catalanes que quieran independizarse para ser gobernados por políticos como éste. Otra cosa se hizo evidente en la bronca parlamentaria del pasado miércoles: el PSOE no puede tener como socios, ni para unos Presupuestos, a ningún separatista, primero por lo que defienden, en segundo plano por cómo lo defienden. Ni España ni Cataluña merecen diputados como Rufián que vive en la bipolaridad de representar al Estado español, al que al mismo tiempo odia. Con personas como él no se puede ir ni a merendar.

La política no es una ciencia experimental, por lo tanto no suele estar claro como hay que resolver las cuestiones, porque casi siempre hay varios modos. En cambio, también es evidente las maneras en que no se deben resolver y seguir en el gobierno sin apoyo o con el de los que nos insultan es una de ellas.

El Sr. Sánchez debe empezar a entender que no se pueden hacer reformas si no se puede legislar y que la búsqueda de una situación favorable puede terminar siendo un lastre porque, hasta la fecha, el deterioro institucional tenía un titular responsable, el PP, pero, a partir de ahora, todo va a recaer sobre la espalda del PSOE.