Estamos todavía lejos de la Semana Santa, pero los usuarios del Metro empiezan a sufrir el calvario de varios «viernes de dolores», por obra y gracia de la cofradía de conductores del suburbano. El Metro, por ser el primer medio de transporte colectivo, ha sido siempre una herramienta de utilidad interesada por parte de los sindicatos, una posibilidad de chantaje en las negociaciones, y si para ello hay que utilizar a los usuarios como rehenes, pues se les utiliza, y punto. Siempre tenemos a este medio de transporte a un «metro» del conflicto, de los paros o la huelga.

Los conductores trabajan bajo tierra y por eso quieren ser como los mineros: el medio hostil en el que realizan sus tareas, es el argumento principal para que, en caso de necesidad, poder acceder a la jubilación antes de la edad establecida. Por eso, y al poco de que se firmara el convenio colectivo, los conductores, que tradicionalmente han sido el colectivo más reivindicativo de la compañía, llevan a cabo movilizaciones, con el ánimo de sean reconocidos como «conductores de tracción eléctrica», que es una cualificación laboral que les permitiría jubilarse antes de tiempo. Pero no es la compañía la que tiene atribuciones para este reconocimiento, sino la Seguridad Social.

La dirección del Metro les llama al diálogo, pero quiere que antes depongan su actitud de secundar paros. Ayer se produjo el primero de la serie, con desigual valoración. La dirección habla de muy escasa incidencia, y el sindicato, de seguimiento mayoritario. Lo de siempre, los efectos son según el cristal con que se valoran. Y como siempre, los usuarios, los paganos en las taquillas y en las alteraciones del servicio, las víctimas. Esperemos que haya algo de cordura, que se reconsidere la programación de las movilizaciones, se acuerde el diálogo, se respete a los viajeros, se jubile cuando sea necesario a quienes acrediten estar afectado por trabajar bajo tierra, aunque éstos no respiren grisú, ni sean mineros; simplemente, conductores del Metro que eligieron libremente esta profesión.