José María Marco
Programa reformista
Hay cosas difíciles de entender en el Gobierno del Partido Popular. Para mí, las más enigmáticas son el hermetismo del que se rodea, ese empeño en no hablar y de no explicar que en más de una ocasión produce la sensación de que el Gobierno no tiene demasiada consideración hacia la opinión pública y que sugiere la idea –errónea, creo yo– de que es un Gobierno tecnocrático, más que político. La otra es la dejación completa en cuanto a la cultura, que le lleva a una actitud casi servil ante el modelo heredado de la izquierda desde los años 70 y ante los figurones que siguen mandando en la cultura española como si fuera su cortijo y que desprecian al Partido Popular, a sus votantes y en general, a los españoles que los mantienen.
Ninguna de estas dos actitudes es nueva. Las dos son arriesgadas en una democracia, aunque es posible que en La Moncloa se piense que lo mejor, en las actuales circunstancias, es evitar los enfrentamientos que puedan llevar a la formación de una alianza común contra el PP. Y hay que reconocer que el Gobierno la ha evitado. Más aún, está consiguiendo el debilitamiento de algunas de las fuerzas políticas más negativas de nuestra historia reciente, como son los sindicatos y los nacionalistas. La reforma laboral ha destruido el monopolio que tenían los primeros sobre el mercado de trabajo y, en cuanto a los segundos, su destino se juega ahora en el éxito de España.
Mucho más que cualquier confrontación, lo importante es ese éxito. Y en muy poco tiempo, desde diciembre de 2012, se han puesto en marcha reformas que nunca habían sido ni siquiera ensayadas. La de la educación no es de las menores, y esperemos que salga adelante. Entre las ya hechas, está la reforma laboral, el saneamiento financiero, la reducción del déficit, el freno al gasto en las CCAA y en los ayuntamientos. El Gobierno de Mariano Rajoy se ha enfrentado a una tarea difícil, como es reformar una economía anquilosada, estatalizada, capaz de derrochar una posición envidiable por muchas razones, entre ellas la cultura.
¿Qué hay que ser más ambiciosos? Evidentemente. La política de reformas tiene que continuar porque ni la situación interna ni la de la economía internacional aguantan el grado de intervencionismo al que habíamos llegado. Y en cuanto se pueda, en cuanto no sea ruinoso, habrá que bajar impuestos. Mientras tanto, el Gobierno habrá de seguir cumpliendo la tarea para la que fue elegido.
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