Pedro Narváez

¿Qué hay de nuevo? Lo viejo

Creemos que la historia siempre avanza, que el progreso es una escalera ascendente infinita, pero no hay que ser catedrático en la materia para colegir que se trata de una montaña rusa que en ocasiones se adentra en un túnel oscuro que desemboca en la tiniebla. La política española ha caído rendida a una «juventudmanía» que nos regala ideas trasnochadas como si fueran de vanguardia cuando el grueso de su discurso lo dictaban ya los progres con los que nos codeábamos en el instituto, dinosaurios que miraban raro a quienes preferíamos el cocodrilo de Lacoste sin que ello supusiera ser un moñas; al contrario, resultaba un elemento transgresor como ahora llevar corbata en viernes o calzoncillos sin muñecos. La transgresión es el mejor antídoto contra la cursilería y el borreguismo, y para ello no es necesario dejarse el pelo largo. No hay ápice de modernidad en que unas señoras proabortistas enseñen las tetas a Rouco Varela si ya media España se pone en bolas en la playa. Y si es por coleta, la lleva hasta Karl Lagerfeld, el anciano diseñador de Chanel que no es un sospechoso bolchevique. No encuentro en los candidatos del llamando nuevo PSOE ni en el líder de Podemos una sola idea que no haya sido ya probada en el laboratorio real de la política y en general con un resultado que deja en chiste los lagrimones de telenovela. Aquellas cobayas ya murieron. Y sin embargo, la bancada de la oposición los recibe como al rey Arturo cuando consiguió empuñar su Excalibur. La propaganda vende como revolución lo que es reaccionario. El partido de centro derecha que debería enarbolar la auténtica modernidad, que no es otra cosa que ir al ritmo de los tiempos, no puede dejarse tragar, en mi insulsa opinión, por esta tormenta de arena ideológica como si fuera el Ejército de los persas del que nunca más se supo.