Pedro Narváez

Sánchez «in eligendo»

La Razón
La RazónLa Razón

Si nada lo remedia, el 26 de junio, festividad de San Josemaría Escrivá, del mártir San Pelayo de Córdoba y Día Internacional del uso indebido de las drogas, habrá nuevas elecciones. Tres días después, el 29, se celebra San Pedro y San Pablo. En esta ocasión sólo uno de los tocayos será Santo Súbito, mientras que el otro ya no será rojo en el calendario. Rojo sólo puede quedar uno. De tanto bordear el infierno, como un personaje de El Bosco o de Brueghel, sólo que recién salido de la ducha, Pedro (Sánchez) se está ganando «in sufriendo» el cielo que ansiaba tomar por asalto Pablo (Iglesias), el castigador de líderes y el veto perpetuo. Afortunadamente ninguno decide por ahora el santoral.

Pedro quería un Pablo Mármol para que la España de los Botejara que todavía denuncian se convirtiera en la de los Picapiedra, impuestos de la prehistoria y dinosaurios marxistas de mascota, pero Pablo le hace de Marqués de Sade sólo que político. Ya se lo dijo a Artur Mas: «Le vamos a dar sexo, le vamos a dar látigo». Pablo en su papel de macho alfa mientras Pedro corteja con el lenguaje del abanico. Consigan o no un acuerdo, Sánchez ha quedado ya para la historia como el hombre sin atributos, el capataz de la cofradía de la humillación, antaño Partido Socialista, que tiene apenas diez días para que el paso de palio entre en la carrera oficial. Diez días de febrero en los que tendrá que elegir entre susto o muerte. La sonrisa del destino es cada vez más la mueca del gato de Cheshire o de aquel otro que estaba triste y azul.

Las gargantas profundas, que no deja de ser también título de película porno de culto, dicen que el pacto se llevaba en secreto con la vicepresidencia asegurada, pero Pablo, al que debieron otorgar el Goya al mejor actor en la pasada gala del esmoquin, se guarda ases en la manga, como el Mago Pop. Los suelta en cada actuación pública para poner a su pareja de baile en la tesitura de salir corriendo como Cenicienta sin zapato. Sólo que el baile continúa. Pablo siempre gana aunque pierda. Si gobierna, bueno; y si no, mejor, ya que Sánchez le ha regalado por activa y por pasiva la campaña preelectoral que se reservaba para sí mismo. Si la semana pasada era Pedro el hombre de Estado, pocos días después es el del estadillo, una agenda que no se pone en pie. Esa imagen del secretario general de un partido centenario fagocitado por las hordas de la nueva política le dejará en la memoria una nostalgia feliz hasta que, como Esperanza Aguirre, reconozca que se equivocó «in eligendo» a sus compañeros de viaje. Así le lleven a la Moncloa «in vigilando», porque no le dejarían solo ni para ir al baño, como al desierto, donde la idea reformista y de progreso se resume en un espejismo de espinas sin rosas.