Pedro Narváez

Sexo, drogas ¿y el rock and roll?

En el burdel de la campaña electoral los candidatos y las candidatas estrenan muda como se hacía en los pueblos cuando se iba al hospital, no vaya a ser que les pillen en paños menores inadecuados, ese momento en que hasta los gayumbos de Alcampo de Pablo Iglesias se hacen mortales, ese momento en que uno prefirió vivir desnudo ya que no se nace con la lencería fina de las sombras de Grey. A falta de temas por debatir nos sacan el de la prostitución y el de las drogas sin que nos enteremos si tratamos los pecados de la carne o del pescado, el rodaballo de Günter Grass, el escritor que un día fue una cosa y murió siendo otra, como el común, es decir, si van a pactar a la plancha o en espeto, o si nos quieren entretener, como lo haría una corista hasta que lleguen las vedettes. A Alvite y a Umbral les salían buenas columnas de putas, tanto que cuando se leían diríase que te habían desvirgado y había que confesarse. Hubieran disfrutado con esta tertulia sobre la legalización de las meretrices y los gigolós, abierta por Albert Rivera y a la que se apunta hasta Esperanza Aguirre, en su sofá orgiástico ya de propuestas contrarias a las del partido, y su compañera de cartel. Ésta insiste en el discurso de la denigración de la mujer, feminista y conservador al tiempo, mientras la primera saca abanico liberal para que la Plaza de la Villa termine en Montera si es necesario. Los políticos hablan de la prostitución como si fuera un foro sobre el sexo de los ángeles en un club de carretera. Un drama oscuro la mayoría de las veces que hasta parece aseado si lo pronuncia Rivera, Don Limpio. Y ninguno aclara del todo el fondo de la cuestión: si es una cuestión moral o tan prosaica como aflorar dinero negro. O sea, quién paga la cama.