Enrique López

Sudeuropa

Es bueno recordar una frase de Manuel Azaña, pronunciada hace 77 años: «La desafección de Cataluña se ha hecho palpable. Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalitat y consortes, aunque no en todos sus detalles de insolencia, han pasado al dominio público». Conviene recordar que Azaña fue el impulsor del primer estatuto de autonomía de Cataluña, nada más y nada menos que en 1932. Poco antes de su aprobación alguien de la talla intelectual de Ortega y Gasset decía que «el problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar; es un problema perpetuo y lo seguirá siendo mientras España subsista». Quizá en eso radique el problema, si nuestra nación se denominase «sudeuropa», por ejemplo, a lo mejor tendríamos el problema solucionado; pero no es así. Ortega vaticinó la perpetuidad del problema, pero fue Pío Baroja el que se atrevió a buscar el origen del mismo «los nacionalismos vasco y catalán se fundamentan en textos de segundo orden». Yo desconozco qué leen los nacionalistas, ni a quién, pero sé lo que dicen y realmente me preocupa. En Cataluña saben y les consta sin ningún tipo de consulta que más de la mitad de la población no quiere la independencia de España, pero aun así persisten en el empeño, eso sí, buscando eufemismos y salidas políticas. La pregunta es cómo alguien que sabe y le consta que como mínimo la mitad del pasaje no quiere lo que lo que de forma timorata y no sin cierto grado de impostura pretende el capitán, decide someter en mitad del océano un referéndum para decir a dónde se dirigen. Lo más sensato es agarrarse a la mano del diálogo tendida desde eso que sólo en la Generalitat llaman Madrid, y hacer política sin necesidad de llegar a vivir lo que tuvo que vivir Manuel Azaña.