Antequera

Violencia sexual

No es fácil ser mujer. Aún no. Estamos en el siglo XXI y a todas las desigualdades que aún no hemos conseguido erradicar y que permanecen soterradas tras las líneas de una Constitución que garantiza lo contrario, hay que sumar los acosos, abusos y agresiones sexuales en cualquier ámbito de la sociedad. Se producen tantos en hogares, fiestas populares, centros de estudios y hasta cuarteles que las mujeres continuamos teniendo miedo a caminar solas por las calles. En vez de sentirnos cada vez más seguras, la actualidad, repleta de esa violencia contra nosotras, muchas veces practicada en grupo, nos obliga a recelar de nuestro entorno, donde, quién sabe, tal vez puede haber un violador en potencia, o dos o tres, que se quitarán la careta en el momento menos pensado. La violencia sexual existe en todas partes. En la guerra, en la paz, en los burdeles y en los cuarteles. Es un arma de destrucción femenina con la que los hombres nos obligan al sometimiento. Y no sólo los desconocidos o pertenecientes a otro bando sino también aquellos en los que más confiamos, a los que les suponemos el amor o el valor. El terrible suceso que se investiga en el cuartel del Ejército del Aire de Bobadilla en Antequera (Málaga) donde varios militares podrían haber violado a una compañera de la manera más cobarde, tras drogarla, aumenta nuestras inquietudes. No es que desconociéramos que entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado tampoco se ha logrado eliminar el machismo, pero pretendíamos, al menos yo, que quienes juran defendernos y lo rubrican con un uniforme serían los más confiables, con todos nosotros, empezando con sus compañeros y compañeras.