Pedro Narváez

¿Y si no abortar fuera progresista?

Aún no acierto a comprender por qué asuntos como el aborto se sientan a la derecha o la izquierda de los parlamentos, una postura tan anticuada ya como si los hombres y las mujeres se separaran en los bancos de la Iglesia, los niños con los niños y las niñas con las niñas que es lo que recitaba más que cantar Fernando Esteso en la Caspalandia de los años 70. Por qué la lucha para que los grandes simios tengan derechos humanos es progresista, como defiende con ahínco y convicción Rosa Montero. Por qué el cambio climático sólo es cosa de guays. Por qué a la izquierda más simplona le cuesta defender España como si en vez de la de Moratalaz, por ejemplo, se tratase de una delegación de Ucrania aterrizada aquí en el tele transportador ideológico. Por qué la derecha más acomplejada no conmemora las gestas históricas de las que había que sacar en procesión el orgullo de un pasado común, advierte Pérez Reverte, como el bicentenario del final de la Guerra de la Independencia, 1814, mientras hasta Podemos saca rédito de la patraña victimista catalana de un siglo anterior. Visto así, la decisión de olvidar la reforma de la ley del aborto, sin tan siquiera debatirse, puede ser visto como un acto más reaccionario que la propia ley si nos atenemos al criterio de Celia Villalobos que un día hizo caldo de las vacas locas y hoy enloquece en el mugido de alivio. No se trata sólo de compromisos electorales sino de reintentar la modernidad en la era de la ciencia y la robótica, que en el horizonte tendrá sentimientos y conciencia que es lo que por ahora, a decir de los antropólogos, es lo que nos diferencia del resto de los animales. Nos entristece que en «2001» desconecten a Hal, una máquina que como a los humanos sólo desea que la quieran, o las lágrimas en la lluvia de Los replicantes de «Blade Runner» y nos da pereza siquiera debatir lo que percibe un no nacido no ya a la sombra de las sotanas sino a la luz de la tecnología.