María José Navarro
Yo, Leonor
Bueno, pues nada. Ya estamos en Mallorca. Habrán visto por las fotos que tengo las piernas tipo top model brasileña. Lo que hay al lado es mi hermana So y debajo de un sombrero está la tía Elenita. Mi look marinero es envidiable, lo sé, pero de poco me va a servir tener el tipín que luzco porque me acaba de castigar mi madre. Esta familia, de verdad, es que tiene muy poquito sentido del humor. Se me ocurrió decir que ya estaba tardando la tía Cris en llamar a Bárcenas a preguntarle qué tal se come en Suiza y a que le recomendara la caja de ahorros que regalara una vajilla con la nómina y el plazo fijo y noté los ojos de mi madre clavados como una daga en mi nuca. Aquí no se puede abrir la boca, ya ven Vds. Aquí no se puede más que poner sonrisa hasta que se le oxiden a una los pendientes y posar como si estuviera disecada. No se crean, que ya venía amenazada con no pisar la calle desde Madrid. Se me escapó una carcajada a destiempo. «Iñaki prefiere quedarse en Barcelona» decía por teléfono la abuela. Comprendo que mi risotada quizá fue un poco ordinaria y poco apropiada para mi condición, pero vamos, es que estoy esclavizada en esta casa. Cualquier día se me va la cabeza y acabo como Marta Luisa, la de Noruega, casada con un chiquilicuatre y que ahora resulta que ve ángeles y que es clarividente. A mí me pasa también. La clarividencia me está fastidiando la «juventú». A ver si se me nubla la mente y me dedico a la pamplina infantil. Hala, que me toca un rato de cara a la pared, majos.
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