Tribuna

«Como las generaciones de las hojas…»

Lo que al menos no morirá es esta maravillosa cadena áurea de enseñanza y aprendizaje, que se renueva una y otra vez

«Como las generaciones de las hojas…»
«Como las generaciones de las hojas…»Raúl

En realidad, los mayores podemos enseñar pocas cosas a los jóvenes –los padres a los hijos, los profesores a los alumnos– pero ciertamente muy importantes. Sabemos poco –en realidad, cada vez menos, pues nuestra mente vuela distraída a través de las pantallas y acaso sea paulatinamente suplantada por la IA– pero las cosas que sabemos, ya sean técnicas o humanísticas, como fundamentos de nuestra profesión, tenemos que transmitirlas lealmente. Es nuestra responsabilidad. Porque luego siempre nos sobrevivirán los jóvenes (y también nos superarán). Debemos cumplir ese cometido y hablarles de las ideas principales de la humanidad, cómo intentar ser una persona de bien, razonar correctamente y, sobre todo, «sentir bien». Es decir, una educación sentimental en las pocas lecciones esenciales que hemos aprendido a su vez de nuestros mayores.

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Hay algo que dijo el padre Homero que es de lo más hermoso que se ha dicho y que condensa una primera y antiquísima lección para los seres efímeros que somos. Dice el troyano Glauco en el canto VI de la «Ilíada», en memorable diálogo con Diomedes: «Como la generación de las hojas, así también la de los hombres,/ pues las hojas, unas el viento las disemina por tierra, y otras el bosque / cuando florece hace nacer, y llega la estación de la primavera. / Así la generación de los hombres, una nace y otra desaparece». (Il. 6.145-9). La cita más antigua de estos versos, en toda la literatura griega, es la que hace Semónides: «Esto es lo más hermoso que dijo el hombre de Quíos: /como la generación…». El poema sigue diciendo que pocos se acuerdan de la muerte en la juventud mientras hacen planes como si no fueran a morir y que hay que aprovechar el día. También recogen el tema en la lírica arcaica Mimnermo («Nosotros, igual que hace brotar las hojas la muy florida estación de la primavera…») y Museo («Así como el fecundo labrantío genera hojas / y unas en el fresno se agostan otras nacen, / así también dan vueltas la generación y la raza de los hombres»). Luego, en Roma, Virgilio se hará eco de estos versos en la visita de Eneas al inframundo, recreando la turba que desciende (En. VI 305-312) y las generaciones de hombres como hojas («lapsa cadunt folia») y también el gran Horacio, poeta y filósofo, cuando compara vida y literatura, con «la generación vieja de las palabras» (Ars Poet. 60-63: «ut silvae foliis pronos mutantur in annos…»).

En la literatura castellana hay muchos ecos. Mi preferido es el viejo profesor Juan de Mairena, de Machado, cuando dice: «Sobre la muerte, señores, hemos de hablar poco. Sois demasiado jóvenes... Sin embargo, no estará de más que comencéis a reparar en ella como fenómeno frecuente y, al parecer, natural, y que recitéis de memoria el inmortal hexámetro de Homero: “Óie per phýllon gene é toié de kai andrón”. Dicho en romance: “Como la generación de las hojas, así también la de los hombres”. Homero habla aquí de la muerte como un gran épico que la ve desde fuera del gran bosque humano. Pensad en que cada uno de vosotros la verá un día desde dentro, y coincidiendo con una de esas hojas. Y, por ahora, nada más». (No se pierdan lo que sigue: es una lección para todos los mayores que han de enseñar…). Suyo se puede citar también «A un olmo seco», con la idea del ciclo de la vida en las hojas de ese árbol «en la colina / que lame el Duero».

Más modernamente, los tres grandes poetas clasicistas (vale por filólogos clásicos) que tenemos han recreado el pasaje. Luis Alberto de Cuenca en «Berlín, otoño de 1938», cuando dice: «Sentí cómo la muerte, disfrazada de otoño, / vigilaba mis pasos, y recordé aquel verso / imborrable de Homero que aprendí en el Gymnasium: / Las hojas y los hombres son del mismo linaje». Luego, Jaime Siles en «La cuestión homérica: a vueltas con la Ilíada», que dice: «…Tengo dieciséis años y leo en griego / los versos de la Ilíada que ignoro entonces / cuánto y de cuántas formas me van a acompañar. [...] las generaciones de los hombres / –como las de las hojas– están destinadas a caer. / Todo está dicho –muy bien dicho– allí. […] Tengo sesenta y cinco años y leo a Homero / en griego y ya no soy aquel ni el mismo / muchacho que hace cincuenta años lo leyó». Por último, Juan Antonio González Iglesias en varios poemas, como: «La canción del verano suena más que la Eneida / y en vano –Cioran dice– busca Occidente una / forma de agonía digna de su pasado. / Pero así están las cosas, y no tienen / vuelta / ni las generaciones ni las hojas / de los hombres. Tristeza de saber que no regresaremos / a la ternura, la serenidad / al fulgor de Virgilio. / Aquel verano / bailábamos oscuros bajo la noche sola», (otra cita, claro, del otro gran épico clásico).

En fin, en estos ecos –que ha compilado y estudiado magníficamente mi maestro Vicente Cristóbal– se condensa una vez más la gran lección del padre Homero sobre la condición humana. Su símil nos compara con la naturaleza: hace evidente que somos parte de ella en su ciclo generacional de vida y muerte, de flor y hojarasca. Algunos, también, como en la naturaleza, confiamos en ser cíclicos –no inmortales, desde luego– y queremos pensar, con Horacio, que nunca moriremos del todo («non omnis moriar»). Lo que al menos no morirá es esta maravillosa cadena áurea de enseñanza y aprendizaje, que se renueva una y otra vez. Solo una cosa más: los mayores no dejamos nunca, a nuestra vez, de aprender de los jóvenes. Dichoso aquel que está rodeado de buenos alumnos o hijos, que tanto le enseñarán. Eso decía el viejo Solón, al que recuerdo dibujado por Goya en su «Aún aprendo» (Museo del Prado): «Según envejezco sigo aprendiendo siempre muchas cosas nuevas…».

David Hernández de la Fuente,es escritor y Catedrático de Filología Griega en la UCM.