Tribuna
La conducta multicolor de Israel
El gobierno del Sr. Netanyahu ha cometido muchos errores en Cisjordania y Gaza, pero sobre todo su gran pecado es no tener una solución clara para Palestina compatible con que Israel continúe siendo una democracia
Les propongo realizar un pequeño experimento: así como la luz solar, cuando cruza la lluvia, se descompone en varios colores, les sugiero que hagamos atravesar la conducta de Israel en Palestina a través del prisma de nuestros razonamientos para ver qué arco iris descubrimos. Pero permítanme que establezca una premisa: todos los Estados tienen derecho a defender a sus ciudadanos frente a una agresión externa, presente o previsible. Es esto incluso algo más que un derecho, es una obligación, pues los Estados han sido creados básicamente para ello. Y ningún hipotético pecado original en su alumbramiento debería hacernos dudar de este derecho de autodefensa. Todos nacemos acompañados por el dolor, con una cierta violencia: Estados y seres humanos. Pero una vez que somos una realidad física, la primera responsabilidad, es defendernos y ser defendidos. En el caso del Israel neonato hace 75 años, también. Una nueva nación judía que empezó a ser gestada tras la llegada de emigrantes expulsados del Este de Europa en los tiempos de la administración otomana de Palestina; para continuar con el desafortunado Mandato británico tras el final de la Primera Guerra Mundial y la Declaración Balfour de 1917; y que hizo eclosión final en 1948. Este periodo vio nacer también un sentimiento nacional palestino paralelo al ver cómo los colonos sionistas iban adquiriendo –legalmente– cada vez más tierras árabes.
El primer color que trataremos de analizar del arco iris israelí son los aspectos legales de la guerra que ha emprendido tras las matanzas de Hamás del 7 de octubre. Con poco rigor algunos comentaristas califican como crímenes de guerra TODOS los ataques israelíes. Habría que analizarlos uno por uno, ver cuál era el objetivo militar que perseguían y a la vista de las bajas colaterales civiles producidas, determinar si el armamento y los métodos empleados eran proporcionales. Los tribunales israelíes tendrían una primera oportunidad y si no, el Tribunal Penal Internacional (ICC) de La Haya podría intentarlo. Con el cerco de Gaza pasa algo parecido a lo de los ataques, pero todavía, incluso aún más difuso: podría sostenerse en principio que bloquear combustibles y electricidad/internet tiene un objetivo militar, pero los cortes de agua, medicinas y alimentos claramente, no. En este conflicto todos estos procedimientos son pues una utopía. La presente regulación internacional «humanitaria» de la guerra –temible fenómeno éste que acompaña a la Humanidad desde sus comienzos– no aspira a juzgar acciones como las de Israel contra Hamás sino más bien tipo bombardeos aéreos masivos contra las ciudades como los de la 2ª Guerra Mundial sin ningún objetivo militar definido; carnicerías que intentaban teóricamente bajar la moral de los combatientes, aunque generalmente lograran lo contrario.
Pasamos al siguiente color, el de la moralidad de las acciones israelíes. Si los aspectos legales están más o menos codificados, aquí entramos en un campo totalmente subjetivo: que es lo que está bien y que puede estar mal. Pero nuestra percepción moral está influida profundamente por el relato de las redes sociales manipuladas por los dos bandos enfrentados. Como militar profesional, yo solo les puedo decir lo que mi ética personal me dicta: recurrir a un instrumento terrible como es la guerra solo es admisible cuando se tiene claro cuál es el objetivo final que se persigue. El destruir a Hamás –¿qué pasará con su ideología?– no puede ser el único objetivo del gobierno de Netanyahu pues obvia el qué hacer con los palestinos de Gaza a la finalización de las acciones operativas. No se puede romper una administración, un gobierno –el de Gaza– y no tener respuesta para el día después como sin duda aprendieron los norteamericanos tras la caída de Sadam Hussein o en Afganistán cuando iban cambiando los objetivos sucesivamente tras derrocar a los talibanes que habían cobijado a Al Qaeda. Si rompes algo, lo que pase después es tu problema. Aquí, cuando la moral enlaza con la estrategia, es donde encuentro más discutible los colores de la conducta de Israel.
El conflicto actual de Gaza es profundamente asimétrico. Por un lado, el agredido Israel es un Estado democrático con todo el derecho a defenderse y sensible a las críticas de la comunidad internacional –especialmente las de los norteamericanos que les apoyan militar, económica y diplomáticamente de manera decisiva– enfrentado a una organización terrorista yihadista que no admite lecciones de nadie en su delirante objetivo de acabar con Israel, es decir en matar a cuanto judío pueda. El gobierno del Sr. Netanyahu ha cometido muchos errores en Cisjordania y Gaza, pero sobre todo su gran pecado es no tener una solución clara para Palestina compatible con que Israel continúe siendo una democracia. Aun así, está a años luz del liderazgo de Hamás. Palestinos y judíos tienen graves responsabilidades históricas al haber frustrado hasta ahora varias soluciones como la de dos Estados para Tierra Santa. La esperanza es que el pueblo judío –que tanto ha sufrido en el pasado– sepa exigir a su gobierno que piense –y nos lo diga– qué habrá que hacer a partir del día siguiente en que los cañones callen.
Ángel Tafallaes Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).
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