La situación

Controles y equilibrios

«El CGPJ es el reducto, el último mohicano, que le queda al PP para provocar episodios incómodos a Pedro Sánchez»

Es probable que el primero en utilizar el concepto de controles y equilibrios (checks and balances, en la terminología inglesa) o de incipiente separación de poderes fuese el teórico político británico James Harrington, en el siglo XVII. Pero adquirió categoría gracias a federalistas norteamericanos como James Madison, que defendieron un principio básico en democracia: la capacidad de cada una de las tres ramas de la administración (ejecutivo, legislativo y judicial) para controlar a las otras dos, lo que debe permitir que ninguna de las tres detente todo el poder. Sobre ese pensamiento nuclear se construyó la Constitución de los Estados Unidos. Y, de esa misma forma, buena parte de los textos constitucionales de las demás naciones democráticas occidentales.

Es por eso que resulta tan preocupante la arrebatadora pasión con la que determinados gobernantes caen en la tentadora pulsión de querer controlarlo todo, desde las dos cámaras legislativas, hasta el Tribunal Constitucional, pasando por el Consejo del Poder Judicial (CGPJ), el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional y cualquier juez que se empeñe en investigar y juzgar actitudes sospechosas. No conviene que el lector cometa el error de pensar que eso solo lo hacen los políticos que no le gustan, porque aquellos que le gustan también lo hacen cuando tienen ocasión. Solo hay que repasar la historia reciente.

La disputa –de largo recorrido, porque ya dura cinco años– por el control del CGPJ entre el Gobierno y la oposición no es otra cosa que una guerra a matar o morir, en el bien entendido de que quien debe morir siempre es el otro. El Consejo es el reducto, el último mohicano, que le queda al PP para provocar episodios incómodos a Pedro Sánchez. Apenas se trata de eso, porque nada que pudiera hacer el CGPJ será otra cosa que una ligera incomodidad para quien, desde Moncloa, considera que nadie tiene el derecho de cuestionar las decisiones que se adoptan en los despachos de ese palacio. Los controles y el equilibrio de poder no suponen otra cosa, visto desde las alturas de la política, que un concepto anticuado, de esos españoles obstinados que se han quedado a vivir en la Transición.