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Corrupción

Todo lo que está ocurriendo ahora es sencillamente un gravísimo problema de corrupción, si bien España continuará exculpando dicha corrupción

El Parlamento pasa tiempo extra cerrado, quienes mandan ya deben considerarlo «superfluo». Ello remarca la patética imagen de la vida pública que tienen muchos ciudadanos que, además, ven a sus representantes comportarse como homínidos chispos en el lugar sagrado de la democracia. (El makinavajismo: versión pedestre de la retórica parlamentaria). Los señores que comandan creerán que todo desaparece sepultado por la constante avalancha de nuevas noticias (terribles, llamativas, nocivas, excitantes…), pero realmente permanece «ad nauseam»: internet lo hace imborrable y siempre habrá alguien que guarde copia de lo que algunos desean ocultar. En la gran telaraña mundial, www, apenas hay rincones clandestinos aunque todo parezca humo, polvo, sombra, nada. Es decir, lo que hoy parece no mancharles, en el futuro descolorirá a quienes obran como si nada importase. Las malas acciones son un borrón imposible de lavar, aunque el tiempo transcurra con su mentiroso manto de olvido. Desde el siglo pasado, diversas encuestas europeas de «valores» (concepto en desuso, por cierto) daban testimonio de que los españoles eran los ciudadanos más dispuestos a «justificar la mentira y la violencia en defensa propia». Cuando a Felipe González le preguntaban si «había corrupción en el PSOE», respondía con gran astucia, intuitiva más que estudiada (los «spin doctors» no abundaban entonces): «Corrupción siempre ha habido, habrá hoy y habrá mañana». Con el recurso a la «recurrencia histórica» de la corrupción como «actitud individual, no de partido», el jefe del gobierno evitaba tener que explicar la corrupción «presente, activa» que destruía la hegemonía política socialista ante sus ojos. Las partes, para él, no eran el todo. Con las incontables corrupciones matonescas de hoy ocurre igual: macarras y/o corruptos pretenden no definir como chulesco o putrefacto a su partido, cuando obviamente forman parte estructural de él. Pero España adora la contradicción, y mientras haya sarna con gusto, ninguna urna se picará. Todo lo que está ocurriendo ahora es sencillamente un gravísimo problema de corrupción, si bien España continuará exculpando dicha corrupción y las formas brutales de sus penosas élites mientras las neveras sigan funcionando (cada día, con más dificultad).