Cuaderno de notas

Cosas por las que jurar el cargo de diputado

Por el ajoarriero de Andoni y Luisma en el Anaitasuna, por el gazpacho, por el almuerzo de los Milagros después de que en el encierro de Pamplona te pase la manada por encima

Por los pueblos, por algo de los pueblos, lo que sea, el futuro de los pueblos, los bares de los pueblos, las fiestas de los pueblos, las mozas de los pueblos, por ejemplo, o los bancos de los pueblos en los que se sientan los jubilados de los pueblos a ver pasar coches o lo que buenamente pase. Por el Selu de Cádiz, el Yuyu y el Chapa. Por el gallinero del Falla. Por la primera jota de los sanfermines, por el sonido de las golondrinas sobre los edificios doce minutos antes del encierro. Por el futuro, que los horteras llaman el mañana, por el ayer y también el día aquel de la semana pasada que ya no me acuerdo qué día era. Por el capote de Urdiales, el de Curro y por Talavante al que mi hijo Javier de tres años llama «mi torero Calabato». Por los veinte duros que me dio Antoñete de paga en un patio de caballos. Por mi abuela regando con una manguera las hortensias que plantó en la borda que teníamos sobre la ladera del Txindoki. Por la piscina hinchable en la que salpicábamos como locos para espantar a los tábanos. Por las mañanas buscando setas, por la subida al puesto a las palomas en otoño, por el almuerzo de chorizo con pan duro en una cumbre, por el alivio que siente uno cuando entra en casa viniendo del monte en invierno y se para junto a la chimenea. Por la playa de la Concha en verano cuando huele a Nivea, por las mañanas paseando por la calle Mayor, tan fresca, tan recta, tan profunda. Por los bares con serrín, por las anchoas del Txepetxa, las gildas del Ambrosio, las papelinas de Gambara, los champis del Tamboril, las tapas de carne con tomate en el chiringuito Gaspar, los papelones de butifarra de Chiclana en El Manteca, la morcilla de Coripe, la sidra de Astigarraga y el vino de Jerez. Por el primer trago de la primera cerveza de la mañana en un día de resaca –«devuélveme la vida que me la has quitao»–. Por el momento en el que se te pasa la resaca. Por la resaca. Por la copa que no sabes cómo te va a sentar y te sienta estupendamente. Por el ajoarriero de Andoni y Luisma en el Anaitasuna, por el gazpacho, por el almuerzo de los Milagros después de que en el encierro de Pamplona te pase la manada por encima. Por el último vistazo atrás, por la última zancada delante del toro, por el primer abrazo a los niños cada mañana y por La pamplonesa interpretando «Jerusalén» al paso de San Fermín en la procesión del siete de julio. Por las barras de chapa y los vasos de plástico, por las txarangas, los abrazos, los mensajes para preguntar si estás bien. Por bañarse en el mar, por descansar sentado sobre la tabla esperando a que llegue la próxima ola. Por el crujido de un barco cuando, virando, coge el viento de popa, clava la proa en el agua y después se eleva sobre ella. Por ese último momento en el que, saltando al agua desde un alto, uno siente que el agua no llega y que la caída es infinita. Por las galopadas, por los acelerones. Por una foto que tengo con la Petróleo de Cádiz y mis hijos en la calle La Palma un mediodía. Por mi padre, por mi primera mujer (mi madre) y por la última, y por Snoopy, por las maracas de Machín y por mis cojones, treintaytrés. Por todas esas cosas juraría yo mi cargo de diputado en lugar de tanta carajotada que se está escuchando últimamente.