Cargando...

Aquí estamos de paso

Y yo me lo creo

Los destinos se ponen en manos de políticos mesiánicos sin más escrúpulo que el de la gestión de su propia hacienda e intereses

Hay una degradación de la política palpable y mensurable que a estas alturas debería empezar a crear tanta inquietud como la degeneración de recursos planetarios por la crisis climática. Se alteran los ciclos del clima, se mueven de sitio los huracanes, o cambian de rol las estaciones. Ya parece normal que despidamos el invierno en manga corta. Pero ante nosotros, y de forma mucho menos paulatina, se diría que en ocasiones hasta violenta, se degrada una vida pública cuyos actores exhiben una desvergüenza realmente escandalosa o, lo que es peor, una gigantesca impericia. Además, a escala global, planetaria.

Renueva satrapía el matón sangriento del Kremlin con el descaro de incorporar a la pública celebración a las marionetas que fingían oposición en las elecciones y recibe aplausos y enhorabuenas de los chinos del capitalismo comunista, el coreano que se gasta lo que no tiene en misiles y aquel Maduro venezolano que no sabe el lugar que ocupa en el mundo, pero se siente cómodo entre el club de los dictadores universales. Son fuertes y no tienen contestación porque la matan. Los ruidosos e intocables de un mundo que despliega sobre el otro, esa parte del planeta cómodamente situada en la democracia liberal, una mirada torva de desprecio e inquina mientras señala sus imperfecciones y sus heridas para que esa enorme y mayoritaria parte de la humanidad sin destino claro, que no participa de la fiesta de ninguno de los dos bandos, pero aspira a poder decidir su futuro, se sume con ellos al lamento contra Occidente.

Anticipan augures informados una tercera guerra mundial, y no parece que la realidad haga méritos para desmentirles, en este universo global cada vez más adscrito a esos dos bandos irreconciliables: los del progreso de los imperios por encima de las personas, y los que aún ponen delante a las personas como condición indispensable para progresar. Vale que la frontera es de trazo grueso y que el mundo es más complicado que este torpe trazo de tiza, pero es una mirada perfectamente válida para tomar nota de lo que nos está pasando. Y quizá extraer algunas conclusiones.

Se ahoga el planeta, porque el deterioro de sus aguas y sus cielos es global, y se van perdiendo las esperanzas, si es que un día tuvieron sentido, de un mundo conjurado para la justicia universal entre quienes lo habitamos.

Los destinos se ponen en manos de políticos mesiánicos sin más escrúpulo que el de la gestión de su propia hacienda e intereses.

Y todo ello con la hedionda certeza de que piensan que el personal es bobo y carece de criterio. Podrá esto rebatirse con el argumento de que, al menos en este lado, somos nosotros quienes elegimos el gobierno político, pero tampoco puede la ciudadanía cargar con esa responsabilidad cuando las alternativas son lo que son.

El problema es que ellos sí se lo creen.

Que este tiempo de incertidumbre y horizonte gris está siendo cada vez más copado por redentores que gobiernan con criterios de superioridad porque valoran en nada o casi nada el alma de quienes administran.

No hace falta mirar muy lejos para echarse las manos a la cabeza. Por ahí fuera tendrán salvapatrias que se autodenominan demócratas, pero aquí tenemos un gobierno que dice llevar al escorpión al otro lado de la charca mientras éste se apresta al reconciliador gesto de clavarle el aguijón.

Y el personal se tiene que creer el cuento.