Letras líquidas

El cuello de Nora Ephron y el referéndum

Puede ser un ejercicio interesante comprobar el recorrido y la fluctuación de las posturas frente al soberanismo catalán: esas transformaciones progresivas que han ido asumiendo lo que antes se definía como inasumible

Recordaba Nora Ephron que su dermatólogo le decía que «el cuello empieza a estropearse a los cuarenta y tres años, y se acabó». Y ella, obsesionada y a disgusto con esa parte de su cuerpo durante toda su vida («No me gusta mi cuello» da título, de hecho, a uno de sus artículos y a un libro recopilatorio), empeñada como estaba en ocultarla bajo capas de ropa o escondiéndola entre pañuelos y bufandas, lamentaba, años más tarde, no haber pasado su juventud enamorada de ese punto de transición entre la cabeza y el tórax. El inexorable paso del tiempo actuaba como embellecedor del pasado y convertía el cuello de la periodista en la alegoría perfecta de la evolución de los acontecimientos, del desarrollo paulatino de las circunstancias y de cómo aquello que ayer parecía malo hoy se puede ver de un modo bien distinto. Un recordatorio de que nunca más seremos tan jóvenes como ahora y de que, quizá, en este momento, todo esté mejor de lo que va a estar.

Y esto, aplicado a nuestra realidad política, nos conecta con la evolución de las eventualidades que rodean al «procés» y a los implicados en la agitación que sacudió España y sus cimientos en 2017. De los cambios de opinión se ha hablado y escrito tanto ya que resulta reiterativo, pero sí puede ser un ejercicio interesante comprobar el recorrido y la fluctuación de las posturas frente al soberanismo catalán: esas transformaciones progresivas que han ido asumiendo lo que antes se definía como inasumible. Si primero fue el repudio al indulto, y hasta en su justificación jurídica se rechazaba la amnistía (ver informe del exministro y magistrado Campo), ahora que todo parece enfilado a concederla, pero aún atisbamos lejana la posibilidad de una consulta independentista, quizá, con este precedente, solo queda esperar a que sea el transcurso del tiempo el que haga buena la amnistía. Por si acaso, no diga no me gusta el referéndum.