El buen salvaje

Daniel Sancho y el morbo de que nos descuarticen

Al parecer, hay quien mira a los ojos a un delincuente, a un delincuente molón, y se enamora. «¡La de novias que le habrán salido a Puigdemont!»

No escampa, más bien arrecia el interés por el chico de anuncio de colonia que pasea por la playa con un traje de baño, la melena al viento y el pectoral rocoso como corresponde a ciertas edades y a ciertas ocupaciones, pues hay que cultivar el cuerpo para que florezca el interés. Así es la huerta del deseo. Daniel Sancho, un día fue desconocido, puede presumir de entrar ya en la historia, que es cuando un asesino se convierte en una estrella del rock y se hace sexy, el mal como afrodisíaco. Habría lista de espera para tener un vis a vis con este presunto demonio, ahora que hasta los demonios son presuntos y Miguel Carcaño, el verdugo de Marta del Castillo, quiere ser padre. Al parecer, hay quien mira a los ojos a un delincuente, a un delincuente molón, y se enamora. «¡La de novias que le habrán salido a Puigdemont!», diría un gracioso de los que ya no quedan, pues en el karma moral de la posmodernidad te puede atraer un diablo (Rolling Stone) pero no se perdona un chiste de los que duelen.

La otra noche, en un especial sobre el caso, una abogada de parte del criminal confeso, ya nos avisó de que detrás del suceso hay mucho más de lo que parece y que hay más personas en juego, así que habrá varias temporadas; no se preocupen, pues, los «fans» del bello Sancho, ese matarife en chanclas. Aunque él mismo se ha inculpado por matar, trocear y esparcir los restos de un cirujano colombiano, buena parte de la audiencia espera que sea mentira, que realmente la abogada sea la que diga la verdad por la extraña razón de que, como si estuvieran nominando a un participante de «Gran Hermano», quieren que Sancho no sea expulsado de la casa, que no entre en una cárcel de zombis hacinados donde sería un despojo.

Solo se me ocurren tres explicaciones, aunque de buen seguro que los especialistas tendrán cientos: o tenemos una deslumbrante atracción por el mal o, de alguna manera, la vida es un esperar a que nos descuarticen o a aprender a esquivar el asesinato. Todas son terribles y trazan una biografía de este tiempo del «true crime» en el que se venden por miles de dólares objetos de Charles Mason o de Mark David Chapman, el hombre que acabó con John Lennon.

Todo cambió el día en que los asesinos se volvieron guapos y no seres halitosos como el Peter Lorre de «El vampiro de Düsseldorf». Que te mate Sharon Stone con un picador de hielo o Tom Cruise con dos tiros muy de cerca debe ser para esta enferma legión de admiradores como el mayor acto erótico.