Cuaderno de notas

Decir Sangenjo

En decir Sangenjo prende un hálito de no sé qué españolía golfante, provocadora y divertida en la que sopla lo que Sabina llamaba «el vientecillo de la libertad» aunque sea lingüística

He apuntado en mi cuaderno que este país es de tal manera que va más gente a los ongietorris de los etarras que a esperar al Emérito a la vuelta de Abu Dabi. Un solo espontáneo fue a saludarle con una bandera pequeñita cuando Don Juan Carlos llegaba a España a embarcarse en su Bribón jibarizado. Llega el Rey descuadernado, un poco en lo de «El viejo y el mar», en Jonás dentro de la ballena y el mar de Conrad en el que a uno lo separan de la eternidad dos pulgadas de madera.

El solitario monárquico juancarlista estuvo allí y lo sé porque salió en la crónica del gran Jabois, que es de allí, sangenjí o sanxenxí. Me arrebata el asunto de decir Sangenjo y usar el topónimo que los gallegos dicen que no existe como supongo que para los ingleses no existe Nueva York y hay que decir «nuyork». A ver cómo se pronuncia Sanxenxo si tampoco decimos «pají» a París.

Dicen que hay que decir Sanxenxo porque lo manda la Ley –ay, amigo–, y así va alguna España proscrita diciendo Sangenjo como si fueran el maquis o como el lapidado de «La vida de Brian» que decía jehová bailando ante su propia ejecución. Porque hay una resistencia absurda, pero irresistible en el vocablo españolizado. En decir Sangenjo prende un hálito de no sé qué españolía golfante, provocadora y divertida en la que sopla lo que Sabina llamaba «el vientecillo de la libertad» aunque sea lingüística y quizás también una intención de tocar las pelotas; para qué nos vamos a engañar. Otros aprovechan la coyuntura y dicen Sangenjo como con taconazo de bota de montar y emprenden la vocalización del topónimo con una firmeza preconstitucional que se expresa en unas jotas adustas e impetuosas que en su solemnidad exacerbada terminan resultando algo cómicas como los aficionados franceses cuando dicen que ha toreado «Julián López, “El Juli”». Yo en todo caso diré Sangenjo porque la RAE ha dicho que es la forma correcta en castellano si no se usa en el contexto de un documento administrativo, también un poco por joder y porque en mi escala normativa se obedece a la Ley de Arturo Pérez-Reverte antes que a un decreto de la Xunta de Galicia. Cuenta la leyenda que un «armao» de la Macarena hirió con el pilum romano a uno que se había metido con la Virgen. Ante el juez, el acusado alegó no reconocer a ese tribunal: «Yo dependo de Roma», dijo. Yo, de Pérez-Reverte.

Por cómo un español pronuncia Sanxenxo o Sangenjo, no sabes lo que opina del Rey, pero te puedes hacer una idea. Quieren que la visita del Emérito sea discreta y yo me pregunto: ¿Discreta como qué? El ideal de discreción que pretenden sería que Don Juan Carlos no viniera a España. Algún día nos levantaríamos con un rey muerto en el exilio habiendo hecho cosas que están mal, sí, pero estando el país hasta la bandera de miserables. No se cabe en este país de tantos hijos de puta que hay, pero al menos tienen su derecho a ir por ahí, a hacer sus cosas, a sentarse en una terraza y que no los increpen, y está bien que así sea. En este país, si no tienes que estar metido en la trena, puedes ir a donde quieras y por eso no se entiende el escándalo porque ande por España el Rey de España, que se portó mal con Hacienda. Otros peores van por ahí y no se dice nada.