El buen salvaje
Descuartizador
El suceso se ha vuelto, sí, la maldad lo ha vuelto a hacer, en un fenómeno pop que es cuando la cara del asesino aparecerá en una camiseta como si fuera David Bowie
Vuelvo al atardecer a la orilla en la que se acumulan los cuerpos dándose a la cháchara sangrienta. Descuartizadores de noticias nos ponen al día de cómo va la eterna fiesta de la luna de Daniel Sancho, un presunto asesino al que parece que España le tiene una cierta compasión porque lleva el pelo largo.
Un guapo solo puede matar en las películas, como Christian Bale en «American Pshyco». Si la cara de Anthony Perkins, que recibió el gran regalo de ponerle nombre a un cuello, fuese siniestra no existiría el pavor de «Psicosis».
Por eso preocupa que el tal Sancho, al que las madres de mi generación de madres conocen como el nieto de Curro Jiménez, entre en una cárcel tailandesa, que desde «este país» se antoja un calabozo en el que las drogas son las mismas pero en el decorado han borrado a los pijos guapos por otros que parecen personas. humanas, unos desgraciados que no les alcanzó el arroz.
Daniel Sancho es el presunto descuartizador de un hombre, tuvieran o no una relación amorosa, al que algunas de las voces de esta orilla glotona perdonan porque sus pectorales son el helado de la merienda y podría ganar un casting de champú a Mario Vaquerizo, al que no imagino con una sierra mecánica si no es la de «La matanza de Texas».
El suceso se ha vuelto, sí, la maldad lo ha vuelto a hacer, en un fenómeno pop que es cuando la cara del asesino aparecerá en una camiseta como si fuera David Bowie, porque la fama los iguala y, al cabo, Daniel Sancho ha cometido un asesinato, parece, como una de las bellas artes.
Ya podría el feo de los hermanos Calatrava estudiar cómo pasar a la historia con la ayuda de un cuchillo y serían los pájaros que todavía cotillean en esta orilla los que lo llevarían al cadalso en un ascensor, intelectualmente, como en una película francesa.
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