Tribuna

Desmontando mitos

El asumir riesgos forja el carácter de los líderes. El evitarlos sistemáticamente no impide que estos nos alcancen de vez en cuando

El 28 del pasado mes de marzo, el Buque Escuela de la Armada «Juan Sebastián de Elcano» dobló el Cabo de Hornos navegando a vela hacia levante. En los casi 100 años de vida de este buque era la primera vez que sucedía esto, rompiéndose así un oscuro precedente de peligro, es decir, un mito, que como todos ellos, está basado en algunos datos verdaderos, muchas leyendas y sobre todo, en el miedo que anida en nuestros corazones ante lo desconocido, lo nunca intentado. Trataré de analizar cómo ha sucedido este notable hecho de mar para extraer alguna conclusión de utilidad para las buenas gentes de tierra adentro.

Algunos pasajes marítimos sufren ocasionalmente malos tiempos. Cercano a nosotros tenemos Finisterre; nada más ojear sus afilados acantilados, comprendemos la fuerza terrible –ocasional– que tiene la mar allí. Los levantes en el Estrecho de Gibraltar, las galernas del Cantábrico y la Tramontana en el golfo de León nos enseñan el respeto que hay que tenerle cuando se enoja. Pero estos son tiempos ocasionales, no siempre sopla allí el viento recio ni el estado de la mar empeora consecuentemente. Sin embargo, hay otros lugares lejanos en los que casi siempre el viento aúlla y la mar arbola. De entre estos últimos, yo conozco la costa noruega más allá del Círculo Polar Ártico y también he oído hablar –como todos los marinos– del cabo de Hornos, allá donde se acaba la Patagonia.

El Almirante Delgado Moreno, desde su Cuartel General de Cartagena emitió en su día una Orden de Operaciones para el «Elcano» fijándole los puertos donde debía recalar y las fechas en que hacerlo. La parte diplomática del Crucero hace que sea altamente conveniente que este calendario se cumpla. Lo que no se determina al Comandante es la derrota a seguir, lo que además es de sentido común, al ser un buque que debe navegar a vela con vientos imprevisibles de antemano la mayor parte del tiempo. Nadie fijó pues al Capitán de Navío García Ruiz, en su segundo Crucero con el «Elcano» –que así se llama su Comandante– si debía utilizar o no la derrota de cabo de Hornos. Fue su decisión personal tras detectar que podría haber una ventana de oportunidad meteorológica de un par de días, compatible con su calendario de puertos, si esperaba pacientemente, como hizo, fondeado en Punta Arenas. Así mismo, influyó el entusiasmo que detectó entre su dotación por romper el tabú. Una vez adoptada la decisión, se coordinó con las autoridades chilenas utilizando la vía de nuestro Agregado Naval en Santiago, solicitando asesoramiento de dos prácticos militares de esta nacionalidad y extensión del permiso de navegación por sus aguas.

El tránsito en sí de Hornos duró unas seis horas navegando a unos cinco nudos con las velas cangrejas antagalladas para reducir drásticamente la superficie expuesta al viento y un foque pequeño. No se dieron las velas cuadras del trinquete pues ello hubiera exigido poner gente en las vergas donde el hielo hacía peligroso trabajar por resbalar. Con todo, y pese a la ventana meteorológica relativamente favorable, la navegación fue dura. Todo esto siempre pensando en que la velocidad de avance resultante hacia el lejano Callao –próximo puerto– permitiera cumplir con el calendario previsto.

Tres días después que el «Juan Sebastián de Elcano» rompiera el mito de Hornos y condujera con seguridad a su preciosa carga humana –que incluye 74 Guardiamarinas, lo que representa un año de futuros Oficiales de la Armada– hacia aguas más tranquilas, moría en Madrid el Almirante General Antonio Martorell, Jefe de la Armada. Yo había estado en su despacho un mes y medio antes y lo encontré en plena lucidez y con la responsabilidad asumida de conducirla hacia el futuro. El destino ha enlazado cronológicamente el salvar un riesgo controlado y medido en aguas australes –que han logrado superar los que representan el futuro de la Armada– con la muerte del AJEMA, lo que nos está indicando que una Institución siempre debe perdurar a través del recambio de las personas y el mantenimiento de las tradiciones.

El asumir riesgos forja el carácter de los líderes. El evitarlos sistemáticamente no impide que estos nos alcancen de vez en cuando, así que mejor es estar entrenados en superarlos que confiar en la vana esperanza de que nunca lleguen. Eso es lo que el Comandante del «Elcano» nos ha recordado y también lo que debemos a las otras autoridades que lo han hecho posible. El riesgo medido debe ser recompensado por las Instituciones e incluso el fallo eventual no doloso, perdonado, si es que pretendemos alcanzar el triunfo. Hay que explorar lo desconocido si ambicionamos avanzar y triunfar.

Ángel Tafalla. Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (R).